El precio de la elegancia - Capítulo 2

 

El precio de la elegancia

Capítulo 2

Tomó de su valija, la ropa que se pondría y toallas, y fue hasta el baño, el cual era cómodo e iluminado, y tomó una ducha dejando atrás el cansador viaje.

— ¡Beth! ¡Beth! —gritó Holly, de detrás de la puerta, mientras ella todavía estaba en toalla.

— ¿Qué pasa? —indagó, abriendo la puerta.

— Oh, no estás vestida.

—Que observadora. —dijo con ironía.

—Quería ir a buscar los horarios de las clases, para ver, que teníamos en el turno tarde. ¿Me acompañas?

—Ve tu sola, y tráeme el mío. Debo cambiarme.

—De acuerdo, y luego demos un paseo por la universidad.

—Como quieras. —dice, mientras la chica se iba en busca de los horarios.

Se secó el pelo y lo acomodó en lijeras ondas de color negro azabache que caían por la tersa piel de su espalda. Luego, se maquilló con un delineado intenso y enmarcó sus pensañas, resaltando así sus ojos verdes como dos esmeraldas. Se colocó un vestido blanco que hacía resaltar su femenina y delgada figura, y unos zapatos de tacón la acompañaban para elevar su altura, a la vez que se colocó un blazer y tomó una cartera, todo del mismo color. { http://www.polyvore.com/white_dreams_for_helleka_je/set?id=52689972 }

Tomó su celular, de arriba de un mueble, por si Holly llamaba, y salió de la habitación, para recorrer un poco el lugar.

Salió del edificio, con la mirada de todos aquellos estudiantes puesta en su persona, caminando por el gran parque verdoso frente a ella. El clima era templado, ni frío ni calor hacía, y el cielo estaba completamente despejando, dejándose colar una tenue brisa en el ambiente.

—Lo siento. —dijo una voz, luego de que la empujara, y terminara literalmente en el piso. La persona, le tendió su mano, perteneciente sin duda a un hombre, la cual, estaba revestida por un guante blanco. Elizabeth, orgullosa como era, no aceptaba la ayuda de nadie, y se levantó sola del suelo.

—Fíjate por donde vas, salvaje. —soltó ella, con acidez.

—Le pido disculpas, pero ese, no es motivo para que me agreda de esa manera, señorita. —dice el muchacho, y luego de aquellas palabras, Elizabeth le clava sus ojos como dos agujas, examinando a la persona que le había contestado.

— ¿Tienes idea quién soy, plebeyo?

— ¿Plebeyo? —pregunta, con una sonrisa burlona saltando de sus gruesos labios. — ¿Es usted una reina o princesa?

—Soy mucho más que eso. Princesas y reinas puede haber más de una, como yo, hay una sola. —responde ella, clavándole la mirada al muchacho de tez blanca, pero con un deje tostado debido al sol, con un cabello negro como la brea y unos ojos refinados de casi del mismo color. Era alto, y vaya que lo era, medía una cabeza más que ella, la cual, llevaba unos tacos de más de diez centímetros. Su porte, era elegante y varonil, con un deje aristocrático que los demás hombres de detrás de él, no tenían.

—Creo que está un poco apegada a sí misma. —dice él, colocando su mano derecha en su pecho, mientras Beth examinaba lo fuerte de su cuerpo y su vestimenta gris, típica de los militares de ese sitio.

—Creo que está topándose en mi camino más del tiempo necesario. —dice ella, con acidez.

— ¿Quién te crees que eres, princesita? —pregunta una chica, vestida casi igual que él, pero en vez de un pantalón llevaba una pollera tiro alto.

—Estoy contenta de encontrar una sirvienta en este lugar. Tráeme unas revistas y el New York Time estaría bien, también.

— ¿Sirvienta? —pregunta la chica, avalanzándose sobre esta, y antes de que pueda tocarla, el primer muchacho, se colocá en su camino.

—Acá nadie es sirviente de nadie. —dice él, en un tono firme.

—Le aseguro, que directa o indirectamente son todos mis sirvientes. —dice la muchacha, tomando su cartera firmemente. —No sé cual es su nombre, y tampoco me importa. —le dice con frialdad. —Pero a usted debería importarle el mío.

— ¿Y cuál es su nombre, señorita? —pregunta él con molestia, pero sin abandonar su tono educado y formal.

—Elizabeth Idina Walton Rockefeller. —contestó, dejando a más de uno pasmado luego de escuchar, más que nada, su apellido paterno. — ¿Ahora sí cree que el término plebeyo es apropiado para usted si soy yo quién se lo dice? —indaga ella, con ese tono sobrador y prepotente, mientras camina por entre medio de los militares, los cuales, se abrían paso a su andar.

*          *          *

— ¡Beth! ¡Beth! —grita Holly detrás de su puerta.

— Entra. —dice esta, mientras la castaña ingresa al dormitorio.

—Estaba en la cafetería y todo el mundo estaba hablando de ti y de tu encuentro con Jason.

—Con qué así se llama el idiota. —comenta con antipatía. — ¿Estás otra vez de cotilla, Holly? Te cambias de continente, y no dejas de ser una metida.

—Y tu una peleadora. —susurra la muchacha.

— ¿Qué has dicho? —le pregunta, frunciendo el ceño.

—Nada, nada. —contesta con rapidez. —Se llama Jason Pinault, y está haciendo la carrera militar, está en su tercer año.

— ¿Cómo puedes saber tanto de la vida de alguien en tan poco tiempo?

—Soy tu informante número uno, ¿recuerdas?

—Para olvidarlo. —comenta con ironía. — ¿Tienes los horarios?

—Así es. —contesta ella, entregándole unos papeles abrochados. —Me dijeron que los libros los pasemos a buscar por la dirección antes de entrar a clase mañana.

—De acuerdo, ahora, vete.

— ¿Por qué? —pregunta ella, con su típica carita de perrito mojado, que le ponía a Beth cada vez que le pedía algo.

—Quiero descansar, vete.

—De acuerdo, nos vemos mañana. —dice la castaña, saliendo con una sonrisa de su cuarto. —Que chica irritante. —suelta, una vez que esta se haya ido.