Blinking Cute Box Panda

miércoles, 27 de junio de 2012



Libro Abierto
Capítulo 3

—Vamos niños, van a llegar tarde a su primer día de clases.
Yo me calcé los zapatos, y me recogí el pelo hacia el costado. Tomé mi bolso, y lo coloqué cruzado sobre mi hombro. Salí de mi cuarto, cerrando de un portazo, y me encontré con mi hermano ya cambiado, con el ridículo uniforme.
—Están hermosos. —Farfulló mi madre, besando la mejilla de Román y luego la mía.
—Vamos Román, llegamos tarde. —Le dije a mi hermano, empujándolo levente en el hombro. Salimos los dos, y bajamos por el ascensor. La escuela queda a un par de cuadras del departamento.
—Tranquilo, Ro. Va a ir todo bien.
—Lo sé, pero ¿Qué pasa si...?
—No va a pasar nada, porque todos tus compañeros son nuevos y no se conocen, así que hoy, todos van a estar igual que tú.
—Gracias, Romance ¿Y tú? ¿Estás nerviosa? —Preguntó mirándome por unos segundos.
—Un poco, bastante... Todos mis compañeros si se conocen, es distinto.
—Tú eres muy divertida, vas a hacer amigos pronto.
—Gracias, Ro.
Después de caminar las doce cuadras que hay desde la casa al colegio, llegamos a un establecimiento. La arquitectura era moderna, pintada de color bordó y un amarillo pastel. Al entrar, había unas puertas de doble hoja, donde todos los alumnos estaban ingresando, o nada más reencontrándose con sus viejos compañeros después de las vacaciones. Sinceramente mi ánimo descendió completamente, al recordar que yo ahora estaría criticando a las más populares y engreídas de la escuela junto a Amy. Decidí entrar a la escuela, así primero dejaba a Román en su salón y luego me iba a buscar mi horario de la escuela.
—Te pido solo por favor, que no me dejes en la puerta. —Musitó Román, nervioso.
—Mamá me dijo que así lo hiciera.
—Por favor, Romance. Van a estar mirándome todos los chicos.
—De acuerdo, pero compórtate. —Este asintió y me saludó con la mano mientras salía corriendo por el pasillo hasta llegar a su aula. Sé que le irá bien.
Caminé por los pasillos de toda la institución en busca de la oficina de secretaría, donde me darían mis horarios y las materias extra curriculares. La verdad, este colegio sí que era grande, muchísimo más de lo que era el mío en Nevada, y claro, allá vale más que el casino sea grande, que la escuela. Hallé la secretaría, y al abrir la puerta, me encontré con una mujer, de unos sesenta y pico de años, cabello rubio y ojos celestes detrás de unas enormes gafas, era algo regordeta y con una cálida sonrisa en su rostro.
—Ho-Hola… Soy Romance Romero. —Musité acercándome hacia el escritorio.
—Buenos días.
—Soy nueva, y quería…
—Tus horarios y demás. —Yo solo asentí y me desplomé en una de las sillas del lugar, mientras la mujer, buscaba cómodamente mis papeles.
—Aquí tiene, señorita Romero. —Dijo entregándome unos papeles doblados por la mitad.
—Gracias. —Con algo de vergüenza o... Ni yo misma lo sé, salí de la oficina en busca de mi primera clase, que era Anatomía. Por dios, que materia más fea y aburrida, es que estudiar el cuerpo humano y cada una de sus funciones, es extremadamente asqueroso. Así que muy a mi pesar, a paso cansado, me dirigí al salón ciento doce, que se encontraba en el edificio tres. Yo estaba ahí, pero no había rastros del aula ciento doce. Busqué y busqué por más de diez minutos, hasta que una chica, de mi misma edad o tal vez un poco más grande, se acercó a mí. Tenía el pelo rubio y le caía en cascada, con un rostro de una simetría perfecta, sus ojos verdes centellantes haciendo un color único con su tono de piel tostado.
—Hola, ¿estás perdida? —Dijo riendo entre dientes.
—Si, soy nueva. Y la verdad está escuela esa demasiado grande. —Confesé mirando a mi alrededor, como demostrando mi punto de vista.
—Tranquila, a mí me sucedió exactamente lo mismo en mi primer día de clases, sólo que no tenía mi horario y tomé otra asignatura. —Ambas reímos. — ¿Cómo te llamas?
—Romance. ¿Tú?
—Que nombre más extraño. —Dijo ella, mirándome fijamente.
—Si, es de origen frances e idioma inglés.
—Lindo. Yo me llamo Christina. —Contestó sonriendo. — Y dime, ¿qué clase tienes?
—Anatomía, en el salón ciento doce.
—Yo te llevo, es de donde vengo, solo que necesito buscar unas láminas que me pidió el profesor.
—De acuerdo, yo te espero así…
—Te llevo. —Contestó riendo contagiosamente para luego, retirarse hacia el pasillo de la derecha, perdiendo su silueta escultural.
Minutos después Christina volvió, con unos rollos de papel algo largos. Me llevó hasta en salón, que quedaba subiendo la escalera a la derecha (nota: no debo olvidarlo). Entramos al aula, y como era obvio, más de veinte pares de ojos se posaron en nosotras dos.
—Disculpe la demora, pero me encontré a la nueva estudiante.
—Llega tarde señorita…
—Romance… Romance Romero. —Contesté con rapidez y nerviosismo.
— La clase comenzó hace veinte minutos. —Musitó el profesor algo molesto.
—Lo siento, es que me perdí y Christina me dijo donde estaba el salón.
—De acuerdo, pase. Siéntese donde más le gusta y preste atención a la clase. Bienvenida.
—Gracias.
Mis notas:
Soy un poco básica, más que mi cuaderno de notas, es mi cuaderno de educación física, materia que no voy a cursar porque la cambié por la de francés. Sinceramente, ya tengo a un profesor en contra. El señor John Burke, parece que lo que más ama en la vida es la puntualidad, y que yo haya llegado tarde en verdad le molestó. Toda la clase me estuvo fastidiando, haciéndome una pregunta detrás de la otra, más que una clase para veinte y pico de alumnos, parecía una privada pura y exclusivamente para mí. Espero que con los otros profesores sea diferente, ya bastante tengo con el señor Burke.

Después de la clase de anatomía, tenía la de español. Para ser franca, ese idoma se me iba genial, dado que lo hablo desde que soy chica, porque mi padre me habló siempre en español. Elegí esa clase como un descanso, así tengo menos que estudiar al principio, y más tiempo para mi y mi patética vida, o tal vez ser social y conseguir nuevos amigos. Mientras meditaba todas estas cosas, llegué a mi clase. La señora Keila Clark era muy simpática, siempre usaba frases graciosas en español, y nos decía insultos, nada mal hablado ni nada por el esilo, era solo para  ver si nosotros captábamos que nos estaba hablando o le mentíamos. Si reaccionábamos era porque habíamos entendido, si no… Era pura actuación desesperada del alumno.

lunes, 25 de junio de 2012

Libro Abierto - Capítulo 2


Libro Abierto
Capítulo 2


— ¿Esto es...? —Pregunté deliberadamente.
—Sus uniformes. —Contestó mi madre, yo la miré con incredulidad, para luego ver el de Román, este era una camisa blanca, sin pullap obvio, un pantalón azul marino, uno gris, un saco azul y zapatos negros.
—Son horrorosos, mamá.
—Romance, no hables así. Son preciosos. —Dijo mi madre, extendiendo la camisa en mi cuerpo, para ver como me quedaba.
—Yo no me voy a poner eso. —Murmuré tajante.
—Claro que sí, es la vestimenta de su nueva escuela. Así que no quiero ningún reproche ni nada por el estilo ¿Entendido?
Yo salí del living y me dirigí a mi cuarto, además de que me mudaba, abandonaba mi vida, y todo... ¿Tenía que vestirme como tarada? No lo puedo creer, es lo más horroroso que pudieron inventar en la vida ¿Pero qué hago? Si me niego, Amalia va a insistir tanto, que por descontado le voy a terminar diciendo que si, para que no aplique en mi uno de sus tan famosos castigos. Así que ¿De que vale luchar? Cuando la guerra ya está ganada por el adversario. Mi contrincante, es mi madre... O la espantosa ciudad de Chicago. Cada minuto que paso acá, desearía estar en Las Vegas, jugando al póker con Alex, y apostando nuestro dinero, y siempre la ganadora era yo, pobre chico, en cinco años que venimos jugando nunca se dio cuenta que le hago trampa. El día que se entere, le voy a estar debiendo una suma incalculable de dinero.
Me acosté en mi lecho, y cerré los ojos. No tenía ganas de pensar en lo que me esperaba mañana. Conocer gente nueva, que de seguro ya todos tienen su grupo de amigos, y no van a querer estar con la nueva, el bicho raro. Pero tenía que ser fuerte, ¿en que debo pensar? que solo son dos años, y que después de esto, me voy a ir a estudiar a la universidad de Santa Bárbara, dónde estudio mi padre.
Se escuchó a lo lejos, el romper de un cristal. Mamá ya está guardando los vasos y platos, pensé. Decidí que estar acostada, no me estaba ayudando, todo lo contrario, el no hacer nada hacía que mi mente piense mucho más de la cuenta.
Saqué de mi mesita de luz, el pequeño bolso de manualidades. Mi gran pasión era dibujar, el arte era una insignia fundamental de mi vida, era un líquido vertiginoso que me corría por las venas. Mi cuaderno, ese fiel amigo que estaba para hacer que de mi mente, se refleje en sus hojas, todo lo que yo quería crear. Tomé un lápiz negro y comencé a bosquejar, un paisaje de noche, con la luna escondida detrás de unos árboles, lo único claro, eran los puntos de luz brillantes de las confiables estrellas. Todo el dibujo, estaba en tonalidades oscuras, y yo creo que los colores reflejan el estado de ánimo, y en estos momentos, el mío era pésimo.
Después de dos horas, de borrar y perfeccionar el paisaje, lo dejé sobre la mesa de luz, y me acosté de nuevo en la cama. Los párpados me pesaban y los fui cerrando lentamente  hasta quedar navegando en la inconciencia.
Una luz cegadora, de color rojo impactó en mis ojos, y se fue haciendo más tenue conforme pasaban los segundos, acto seguido pude divisar a Amy, que estaba vestida de bailarina, con las plumas y piedras brillantes en su atuendo, estaba por preguntarle qué hacia así vestida, pero me percaté de que yo también estaba vestida del mismo modo. Me pareció algo totalmente fuera de contexto, que yo esté vestida así y más, al lado de Amy, las probabilidades de que esto fuera un sueño, eran cada vez más altas. Sentía que estaba en mi ciudad, mi perfecta ciudad de Las Vegas, ¿estaba por subir al escenario? La última vez que lo hice, me caí sobre la mesa de unos señores. Pero antes de subir al escenario, sentí una mano fría posarse en mi cintura, que me voltió con algo de brusquedad, haciendo que quede pegada al pecho de esa persona. Al levantar la vista, me encuentro con un muchacho, de un semblante perfecto, sus ojos, de un esmeralda intenso, me cautivaron por completo. Su piel, era de un color marfil, más blanco que la mismísima nieve. Y su boca, en una línea recta, se abrió para pronunciar unas palabras, pero no dijo nada, lo único que se limitó a hacer fue a besarme, de una manera extraña y a la vez apasionante. Besarme con ese completo desconocido, sea o no un sueño, era algo extremadamente raro. Mi imaginación no es tan grande, como para crear a una persona tan hermosa. Con su cuerpo perfectamente tallado por los dioses griegos. Su boca se separó de mi boca, y se dirigió a mi clavícula, mi piel se erizó ante el frío contacto de su piel contra la mía. Sus labios descendieron hasta mi cuello, y en ese instante sentí una punzada tremendamente dolorosa. El muchacho comenzó a hacer unos movimientos extraños, y caí desfallecida en el suelo, con un dolor agonizante.
—Romance, despierta cariño. —Musitó mi madre, moviéndome lentamente.
— Qué... ¿Qué pasó? —Dije sentándome en la cama, muy desconcertada.
—Te quedaste dormida, cielo.
—Ah... —Las imágenes de mi sueño embargaron mi mente en menos de un segundo, los profundos y temibles ojos del ángel negro, me erizó la piel.
—Vamos que la cena está servida.
Me paré de la cama, y me dirigí al living, allí se encontraba mi hermano, ya comiendo. La comida transcurrió normal, nada más, que yo estaba en un silencio sepulcral. No es que no quería hablar, es que mi cuerpo estaba postrado en esa silla, pero mi mente estaba recordando al ángel de mi sueño, y una pregunta que me pasaba por la cabeza a cada minuto ¿Será real?

viernes, 22 de junio de 2012

Libro Abierto - Capítulo 1: Nueva vida




Libro Abierto
Capítulo 1: Nueva vida

“Nueva ciudad, nueva casa, nuevos amigos. Nueva vida. Sinceramente este cambio era una de las peores cosas que me habían pasado en la vida. Pero mamá había conseguido trabajo en la empresa automotriz más importante del mundo; Ford. Amalia, mi madre, era diseñadora automotriz, un empleo fascinante para mí, cuando traía sus bocetos o me pedía consejos de cómo creía yo, al auto perfecto. Pero cuando me enteré que su nuevo empleo quedaba al otro lado del país, fue espantoso.
Había dejado la amada ciudad de Las Vegas, por esto. Donde el sexo, drogas, juego y alcohol rondaban por cada lado del lugar. Sinceramente las luces, los lugareños, los turistas, apostadores y demás era algo que me encantaba, no es que crea que las adicciones sean buenas ni nada por el estilo. Pero amaba los casinos, hasta había conseguido trabajo en uno, con tan solo dieciséis años. Sé que soy menor de edad, pero cuando tu mejor amigo es el hijo del dueño del establecimiento, todo puede pasar.
Ganaba trecientos dólares por cada fin de semana, y cuando iba a arreglar las mesas de juego, después de la escuela, me daban cien dólares. Esa era mi única entrada de dinero, conjuntamente de la que me daba mi padre como mesada.
Estaba triste por haber dejado a mis amigos. Alexander Urich, era el que me había conseguido el trabajo en el casino: As. Alex era una persona increíble, mi mejor amigo desde que tengo cuatro años, cuando nos conocimos en el jardín de niños. Él es ese ser, que siento que haga lo que haga, jamás me va a juzgar, y que va a entender, comprender y apoyar cualquier decisión que yo tome. Posee el cabello negro como la brea, cortado muy moderno y varonil, tiene unas facciones muy marcadas, sus ojos son castaños color chocolate, y unas cejas muy pobladas. Su nariz es recta acompañada con unos pómulos algo sobresalientes. Su físico es, ¿cómo decirlo? ¿Su vida? ese chico vive en el gimnasio. No pasa un día en el que no valla, y hace de todo para conservar esa figura tan impresionante que tiene. En la escuela, es el chico más deseado de todos. Después de él, mi otra y única mejor amiga, Amy Fleming, ella era la chica más introvertida y dulce del mundo. Amy nunca hablaba con nadie, a excepción de Alex y yo, ella siempre estaba para mí, para todas mis locuras y absolutamente para cualquier cosa que yo quiera hacer. Poseía la piel morena, con un cabello negro azabache cayéndole en cascada en capas, y los ojos del mismo color, siempre delineados de negro. Sus dientes, blancos como la nieve haciendo contraste con su piel. Una nariz respingada y unas pestañas extremadamente largas, y arriba de estas, unas cejas finas. Su cuerpo era menudo, y muy delgado.
Y ahora, yéndome de Nevada, perdí a mis dos mejores amigos, para siempre. Y no solo los perdí a ellos, si no que también dejé a mi padre. Aunque con él no tenga una conversación que dure más de cinco minutos, los momentos que pasamos juntos son sensacionales. Compartimos muchos intereses, tanto culturales como en el arte y la música. Alejandro, así se llama. Es descendiente de mejicanos, y el nombre se lo eligió mi abuela, la que no veo hace muchos años debido a que vive en Puebla, Mejico.
Pero ahora, con mi nostalgia y melancolía, me encontraba en el asiento trasero de un Alfa Romeo, color plateado, y a mi lado, mi pequeño hermano de tan solo siete años, Román, durmiendo como un tronco. Sus facciones eran de un pequeño ángel, eso sí, si se despierta se convierte en el mismísimo Satán. Su cabello es castaño oscuro, al igual que sus ojos, para su edad es demasiado alto y grandote. Toda la familia dice que tiene que ser jugador de football americano.
Mi madre había parado a descansar hace tres horas en Sioux City. Estaba cansada de viajar, me dolían todos los huesos y articulaciones.
Después de estar escuchando música un rato, pude divisar a los lejos, como se empezaban a observar edificios.
—Romance, llegamos a Chicago. —Musitó mi madre, con una alegría palpable en la voz.
Yo me quedé callada, porque tiendo a ser... Grosera cuando hablo de algo que no me gusta, y sólo me pasa con ella. No quería arruinar esa felicidad que tenía, con algún comentario mío.
Pasó como media hora, y pude ver la hermosa ciudad frente a mis ojos, debo admitirlo, era muy preciosa, con una arquitectura modera y glamorosa, pero nada que ver, con el amor que siento por Las Vegas. Mi madre estacionó frente a un edificio, y era muy distinto a todos los demás dado que estaba diseñado como eran las casas coloniales españolas.
Bajamos del auto, y desperté a Román. Él se quejó, como siempre, pero al saber que habíamos llegado a nuestro destino, decidió salir. Sacamos nuestras maletas, y con ayuda de un muchacho del edificio, llegamos a nuestro piso.
La “casa” era muy moderna. Al entrar había un hall con un perchero, un bote para paraguas, una mesita pequeña y un armario diminuto. Las paredes eran de color blanco y los pisos de madera cerezo. Al llegar al living, se podía ver una televisión de plasma, colgada, frente a un sofá de color negro, y dos sillones pequeños a los costados. En una de las arcadas de living, daba a la cocina, esta estaba muy bien equipada y era muy lujosa. Lo más importante era mi cuarto, había tres. El mío era el del lado oeste, y el otro era de Román, atrás de ese, el de Amalia. Ingresé a mi recámara y las cosas ya estaban como antes, nada más que era muchísimo más espacioso que mi cuarto anterior. Un somier de dos plazas, cubierto de una colcha roja, con almohadones de corazón, era lo primero que me llamó la atención, y lo que hice, siendo yo, fue arrojarme de lleno a la cama. Desde allí vi mi escritorio, con una lámpara y la computadora, el ropero contra la pared donde estaba la puerta, y frente a la cama, la televisión.
Estaba muy feliz con respecto a mi cuarto, pero esto no iba a cambiar, mi tristeza por la mudanza.
— ¡Chicos, vengan! —Gritó mi madre, y yo muy a mi pesar, me levanté de la cama.
— ¿Qué pasa? —Pregunté de muy mala gana.
—Ro, estate más tranquila. —Me dijo mi hermano, con burla.
—Cállate, niño.
—Bueno, basta. Les quería dar esto. —Musitó mi madre, dándonos a Román y a mí, una bolsa de color madera. Yo la abrí expectante a que me encontrara con algún regalo, para “compensar” esta tortura, pero no.
— ¿Les gusta? —Indagó mi madre, expectante.
¿Tenía que ser sincera? Dentro de la maldita bolsa, había un uniforme de escuela, eso quería decir que era privada. El uniforme constaba de una pollera escocesa azul marino, una camisa con pullap en las mangas y el cuello, y había otra sin pullap. Una campera de color bordó y una azul, medias blancas y zapatos negros (con tacón por suerte). Y lo peor que podría haber visto en mi vida, ¿un sombrero? Era horroroso, de matices asimilados al de la pollera, con una tira bordó y... ¡Era igual al de Charlie Chaplin! Este mundo se está volviendo loco, y... ¿Me tengo que poner esto? ¡Que ridículo!

lunes, 18 de junio de 2012

Elizabeth - one shot





Elizabeth
one shot


Pa, pa, pa... Era lo único que se escuchaba, el sonido de mis pies chocando contra el pavimento mojado. Las oscuras calles de Londres, no son un lugar apropiado para una mujer de temprana edad, de clase burguesa, tan refinada y culta como ella. Su vestido, con unas enormes enaguas, era algo impráctico, para encontrarse en un callejón tan angosto, donde tenpia tan poca luz, y lo único que ella podía ver, era la punta de sus zapatos de tacón.  Pero como dice el dicho: a circunstancias desesperadas, medidas desesperadas. Y allí se encontraba ella, esperando a que alguien se digne a venir a verla, pero nadie pasaba. 
El callejón Mightnan, era uno de los más peligrosos de Londres, donde ni los hombres más valientes se atreven a pasar, solo se puede localizar en este sitio a vandidos, mujeres de la noche y hombres del mal vivir. Pero por supuesto, que una muchacha tan descente como es ella, no era ninguna de las tres personas anteriormente mencionadas.
El frío era algo indescriptible, como la camiseta, el corsét y el sobretodo no hacían absolutamente nada para detenerlo. Sin contar esa intermitente llovizna que hacía acto de presencia hace más de una hora, el tiempo en el que salió de su casa. 
Su madre, estaba en París, recolectando su nuevo guardarropas, ya que el invierno estaba a flor de piel, y la mujer no podía tener nada de la colección pasada. Su padrastro era propietario de muchas estancias en toda Europa, así que era muy poco el tiempo en que se encontraba en casa. Por estos motivos, ella se encontraba la mayor parte del tiempo sola, o con el personal doméstico. 
Su padre biológico se había marchado cuando tenía cuatro años, con la ama de llaves de la casa, y así, su madre se cayó en una profunda depreción.
Mientras la llovizna caía y el frío se hacía cada vez más insoportable, ella se encontraba allí, esperando que alguien se digne a aparecer, pero nada de ello sucedía.
—Princesita; creí que no ibas a venir, lo juro. —musitó una voz ronca y solitaria a mitad del callejón. Su silueta estaba oculta bajo el manto de la noche, así que ella no podía apreciar quien era el propietario de la voz.
— ¿Quién eres? —preguntó ella dubitativa, mientras en su cabeza pensaba en lo mal que estaba encontrarse en aquel lugar.
—Me dolió, lo juro. Que después de todo lo que hemos pasado no reconoces mi voz.  Que ya no me recuerdes, siendo ambos tan... Unidos.
—John... 
—El mismo que viste y calza. —contestó el tal llamado John, mientras su anatomía se dirigía a la luz, y ella podía observar en todo su esplendor al muchacho.
— ¿Dónde está? —indagó, con un nudo en la garganta.
—Sabes... Me sorprende deberas.
— ¿Qué? 
—Que te halla dejado volver... Recuerdo perfectamente sus palabras, antes de arrojar todas tus pertenencias en el medio de la calle: "Jamás, escuchame bien Elizabeth, jamás vuelvas a pisar esta casa hasta que mates o des en adopción a ese bastardo". —musitó John, citando la frase.
—Eso ah cambiando, ella.. Cree que lo vendí.
— ¿Cree? ¿O se lo has dicho? 
—Lo cree solamente, jamás eh mensionado palabra alguna de... Ella.
—Claro, y crees que después de dos años, vas a volver a verla, y pretendes que yo te la entregue en bandeja de plata, mientras con todo el esfuerzo de mi alma, traté de que se encontrara bien.
—No es eso, John. —dijo la muchacha, sintiendo como el malestar de su corazón, hacía acto reflejo en todo su cuerpo. —Tú sabes perfectamente cómo es mamá, y... Es capaz de cualquier cosa.
—La perdonaste... Con el solo hecho de que te mantenga, y que sigas teniendo ese hermoso y cálido estilo de vida tuyo, fuiste capaz de rechazar a Mitchie, y abandonarla.
—Sé que me eh comportado como una estúpida... —él la interrumpió.
—No te has comportado como una estúpida, te has comportado como una desalmada, y eso es lo que eres, Elizabeth.
— ¡No es así! ¡Tenía miedo!
— ¿Miedo de qué? ¿De que te desherede? 
— ¡No! mi temor no era el hecho económico, si no que le haga algo a Mitchie, ella... es muy poderosa y tu lo sabes. —dijo la adolescente, con con melancolía. —Y no solo tenía miedo que le suceda algo a la niña, si no también a ti. Ella conoce perfectamente el estado de salud de tu madre, y también sabe, donde atacar para dañar a una persona.
—Parece que a ti no te ah encontrado ese talón de Aquiles, porque si no te importa de la niña, mucho menos te iba a importar yo.
—Claro que no John, te estoy diciendo que hice todo porque te encuentres bien. 
—Claro... —dijo el muchacho, con sarcasmo.
— ¿Te crees que tú padre, después de dos años de no tener un empleo estable, consiguió uno descente, doónde le pagan exelente? 
— ¿Fuiste tú? —indagó sorprendido.
—Claro que fui yo, no te das una idea todo lo que rogué para que ella ayudara a tu familia... Y a ella. —dijo, con la voz esfumándose tan rápido, como las gotas de agua dulce en el pavimento. —A Mitchie no le ah faltado nada, por el simple hecho de que yo se lo pedí. Le dije, que si a la niña algo le faltaba, toda la clase burguesa se iba a enterar de su nieta.
—Elizabeth... —comenzó el muchaho, pero sus intenciones de hablar, se fueron tan rápido como el toplo del viento en una tarde de verano.
—Te amo, John, te amo a ti y a Mitchie, como jamás eh amado a nadie en mi vida. 
—Elizabeth... Mis sentimientos a ti no han cambiado en nada, mi corazón se acelera tanto al verte, como en el primer instante en el que te vi, saliendo de tu escuela. —dijo el joven, a lo que ella sonrió de lado, recordando el hermoso momento, y el momento en que su vida cambió para siempre. —Pero me duele, me duele mucho, a pesar de todo lo que me digas, que me hallas dejado y más que nada, a tu hija.
—Perdóname, por favor yo... Prometo irme contigo, no me importa a donde, me voy. —dijo ella en un acto desesperado, con el solo fin de que él la perdonara. —Soy capaz de dejar absolutamente todo por ti y por Mitchie.
—Lizzy, mi amor... Yo jamás voy a poder darte la vida de princesa que tienes, que más quisiera yo, pero ¿debo engañarte? ¿Debo atraerte como un objeto brillante a un niño? ¿Debo mentirte y decirte que vivirás como tu madre te ha hecho vivir? ¿Debo decirte que todo estará bien, cuando el futuro es tan difuso y dicerto para mi? 
>>No, no debo... No puedo ni quiero, ser tan falso e hipócrita, no puedo ni quiero decirte todas esas blasfemias, mientras tú, con tu dulce y tentadora inocencia, crees cada una de mis palabras. Lo siento, mi dulce e iniocente Elizabeth, pero prefiero que Mitchie tenga una madre a la distancia. Prefiero contarle mis recuerdos y decirle que su madre era digna de llamarse princesa, antes de que la vea día a día, inundándose en una nube de tristeza y pobreza. Prefiero mil veces, que escuche de mi boca, los recuerdos vividos contigo, prefiero contarle todo lo que sé de ti. Prefiero decirle, que su madre era tan buena y gentil, prefiero todo eso, Elizabeth, antes que te ahogues conmigo, antes de que te subas a este tren que jamás va a llegar a destino.
—No va a ser así, John. Yo sé que una reina no voy a serlo. Pero prefiero ser una humilde ama de casa, que le da todo a su esposo y a sus hijos, antes que una frívola mujer, que lo único que la llena en la vida, es tener el último atuendo en su guardarropas. Y lo eh visto, en convivido con esa mujer. Me eh criádo con ella, y eh visto día a día, como es con Phill. Éh visto, John, que lo único que los une es un papel vació, donde la ley establece que ese papel los une de por vida.
>>No John, te juro, te prometo, por mi vida, por la tuya y por la de Mitchie, que prefiero ser una humilde ama de casa, que una reina de un castillo de hielo.
—No se si creer en tus palabras, Elizabeth. Yo sé lo que supondría para ti, este enorme sacrificio. Y te coy plenamente sincero, yo no quiero quitarte cosas, si no todo lo contrario, quiero darte. 
—Y me vas a dar, John. Me has dado el regalo más hermoso que jamás nadie me halla dado. O mejor dicho, me has dado los dos regalos más hermosos que jamás nadie me halla dado.
— ¿Y cuáles son esos? —indagó el muchacho, extrañado.
—El regalo del amor, por supuesto. Y fruto de ese amor, la hija más hermosa y maravillosa del mundo. 
—Elizabeth...
—Ya eh sacrificado dos años de la vida de mi hija, ya eh pagado mi adulterio, ya eh pagado cada uno de mis pecados al irme en un viaje no deseoso a Francia, y me eh alejado de las dos personas que más amo en la vida.
— ¿Estás segura de venir conmigo, Elizabeth?
—Tan segura, como estoy de que te amo. 


domingo, 17 de junio de 2012


Hola a todo el mundo, como la cabecera de mi blog dice, acá voy a subir mis novelas & espero que sea pronto. Todavía no se, si voy a hacer una adaptación (de algun famoso) o subir la novela como está. Espero & pronto pueda estar por acá. Saludos! Danna .~