Blinking Cute Box Panda

miércoles, 27 de junio de 2012



Libro Abierto
Capítulo 3

—Vamos niños, van a llegar tarde a su primer día de clases.
Yo me calcé los zapatos, y me recogí el pelo hacia el costado. Tomé mi bolso, y lo coloqué cruzado sobre mi hombro. Salí de mi cuarto, cerrando de un portazo, y me encontré con mi hermano ya cambiado, con el ridículo uniforme.
—Están hermosos. —Farfulló mi madre, besando la mejilla de Román y luego la mía.
—Vamos Román, llegamos tarde. —Le dije a mi hermano, empujándolo levente en el hombro. Salimos los dos, y bajamos por el ascensor. La escuela queda a un par de cuadras del departamento.
—Tranquilo, Ro. Va a ir todo bien.
—Lo sé, pero ¿Qué pasa si...?
—No va a pasar nada, porque todos tus compañeros son nuevos y no se conocen, así que hoy, todos van a estar igual que tú.
—Gracias, Romance ¿Y tú? ¿Estás nerviosa? —Preguntó mirándome por unos segundos.
—Un poco, bastante... Todos mis compañeros si se conocen, es distinto.
—Tú eres muy divertida, vas a hacer amigos pronto.
—Gracias, Ro.
Después de caminar las doce cuadras que hay desde la casa al colegio, llegamos a un establecimiento. La arquitectura era moderna, pintada de color bordó y un amarillo pastel. Al entrar, había unas puertas de doble hoja, donde todos los alumnos estaban ingresando, o nada más reencontrándose con sus viejos compañeros después de las vacaciones. Sinceramente mi ánimo descendió completamente, al recordar que yo ahora estaría criticando a las más populares y engreídas de la escuela junto a Amy. Decidí entrar a la escuela, así primero dejaba a Román en su salón y luego me iba a buscar mi horario de la escuela.
—Te pido solo por favor, que no me dejes en la puerta. —Musitó Román, nervioso.
—Mamá me dijo que así lo hiciera.
—Por favor, Romance. Van a estar mirándome todos los chicos.
—De acuerdo, pero compórtate. —Este asintió y me saludó con la mano mientras salía corriendo por el pasillo hasta llegar a su aula. Sé que le irá bien.
Caminé por los pasillos de toda la institución en busca de la oficina de secretaría, donde me darían mis horarios y las materias extra curriculares. La verdad, este colegio sí que era grande, muchísimo más de lo que era el mío en Nevada, y claro, allá vale más que el casino sea grande, que la escuela. Hallé la secretaría, y al abrir la puerta, me encontré con una mujer, de unos sesenta y pico de años, cabello rubio y ojos celestes detrás de unas enormes gafas, era algo regordeta y con una cálida sonrisa en su rostro.
—Ho-Hola… Soy Romance Romero. —Musité acercándome hacia el escritorio.
—Buenos días.
—Soy nueva, y quería…
—Tus horarios y demás. —Yo solo asentí y me desplomé en una de las sillas del lugar, mientras la mujer, buscaba cómodamente mis papeles.
—Aquí tiene, señorita Romero. —Dijo entregándome unos papeles doblados por la mitad.
—Gracias. —Con algo de vergüenza o... Ni yo misma lo sé, salí de la oficina en busca de mi primera clase, que era Anatomía. Por dios, que materia más fea y aburrida, es que estudiar el cuerpo humano y cada una de sus funciones, es extremadamente asqueroso. Así que muy a mi pesar, a paso cansado, me dirigí al salón ciento doce, que se encontraba en el edificio tres. Yo estaba ahí, pero no había rastros del aula ciento doce. Busqué y busqué por más de diez minutos, hasta que una chica, de mi misma edad o tal vez un poco más grande, se acercó a mí. Tenía el pelo rubio y le caía en cascada, con un rostro de una simetría perfecta, sus ojos verdes centellantes haciendo un color único con su tono de piel tostado.
—Hola, ¿estás perdida? —Dijo riendo entre dientes.
—Si, soy nueva. Y la verdad está escuela esa demasiado grande. —Confesé mirando a mi alrededor, como demostrando mi punto de vista.
—Tranquila, a mí me sucedió exactamente lo mismo en mi primer día de clases, sólo que no tenía mi horario y tomé otra asignatura. —Ambas reímos. — ¿Cómo te llamas?
—Romance. ¿Tú?
—Que nombre más extraño. —Dijo ella, mirándome fijamente.
—Si, es de origen frances e idioma inglés.
—Lindo. Yo me llamo Christina. —Contestó sonriendo. — Y dime, ¿qué clase tienes?
—Anatomía, en el salón ciento doce.
—Yo te llevo, es de donde vengo, solo que necesito buscar unas láminas que me pidió el profesor.
—De acuerdo, yo te espero así…
—Te llevo. —Contestó riendo contagiosamente para luego, retirarse hacia el pasillo de la derecha, perdiendo su silueta escultural.
Minutos después Christina volvió, con unos rollos de papel algo largos. Me llevó hasta en salón, que quedaba subiendo la escalera a la derecha (nota: no debo olvidarlo). Entramos al aula, y como era obvio, más de veinte pares de ojos se posaron en nosotras dos.
—Disculpe la demora, pero me encontré a la nueva estudiante.
—Llega tarde señorita…
—Romance… Romance Romero. —Contesté con rapidez y nerviosismo.
— La clase comenzó hace veinte minutos. —Musitó el profesor algo molesto.
—Lo siento, es que me perdí y Christina me dijo donde estaba el salón.
—De acuerdo, pase. Siéntese donde más le gusta y preste atención a la clase. Bienvenida.
—Gracias.
Mis notas:
Soy un poco básica, más que mi cuaderno de notas, es mi cuaderno de educación física, materia que no voy a cursar porque la cambié por la de francés. Sinceramente, ya tengo a un profesor en contra. El señor John Burke, parece que lo que más ama en la vida es la puntualidad, y que yo haya llegado tarde en verdad le molestó. Toda la clase me estuvo fastidiando, haciéndome una pregunta detrás de la otra, más que una clase para veinte y pico de alumnos, parecía una privada pura y exclusivamente para mí. Espero que con los otros profesores sea diferente, ya bastante tengo con el señor Burke.

Después de la clase de anatomía, tenía la de español. Para ser franca, ese idoma se me iba genial, dado que lo hablo desde que soy chica, porque mi padre me habló siempre en español. Elegí esa clase como un descanso, así tengo menos que estudiar al principio, y más tiempo para mi y mi patética vida, o tal vez ser social y conseguir nuevos amigos. Mientras meditaba todas estas cosas, llegué a mi clase. La señora Keila Clark era muy simpática, siempre usaba frases graciosas en español, y nos decía insultos, nada mal hablado ni nada por el esilo, era solo para  ver si nosotros captábamos que nos estaba hablando o le mentíamos. Si reaccionábamos era porque habíamos entendido, si no… Era pura actuación desesperada del alumno.

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