Blinking Cute Box Panda

viernes, 29 de noviembre de 2013

El precio de la elegancia - Epílogo


El precio de la elegancia
Epílogo


El sol brillaba tan intensamente que hacía que el hecho de tener gafas de sol, y una imponente capelina, no ayudaran en nada para evitar que los cortantes rayos, se filtraran por su blanquecina piel, tan fina como el cristal.
La ciudad de Nueva York era hermosa, tanto de día como de noche, aunque ella siempre prefería la noche. No solo por esa belleza deslumbrante y misteriosa de Manhattan, si no también por las discos nocturnas a las cuales asistía muy pocas veces debido a que su padre no era el más permisivo de todos los padres.
Estaba allí, parada frente al escaparate de Alexander McQueen, y sin esperar a que su madre haga acto de presencia, sabiendo que iba a tardar una vida ya que estaba en una reunión del trabajo y seguramente iba a arribar a la tienda en unos cuarenta minutos, o tal vez más, entró al lugar. Una de las empleadas se le acercó, y ella comenzó a ver los distintos tipos de vestidos.
¿La nueva colección? —preguntó ella, mientras la mujer, la llevaba dónde estaban dichos vestidos. —Necesito el más caro y lujoso, un vestido que te asegures que nadie vaya a tener. —continúa la muchacha, mientras la empleada asiente, y le muestra tres vestidos. Uno negro de strapless con perlas, nada llamativo, uno verde agua, bonito, pero el color no la convence, y luego, un vestido rosa pálido, que hace que su boca se ensanche en una cálida sonrisa.
El vestido era semejante al de una princesa en la parte del busto, con mangas cortas ajustadas a la altura del hombro y brazo, de escote de corazón, mientras que la falda era ajustada hasta llegar a las pantorillas. La tela era labrada en satén, y el rose de la tela con sus dedos, hacía que la sangre le recorriera más rápido en las venas.
Se lo probó, y comprobó que le quedaba como un guante. Sus brazos menuditos y blancos, resaltaban ante el toque de la tela, los cuales eran envestidos en su cabello castaño oscuro como el chocolate, que caía en bucles perfectamente armados, su busto se enmarcaba y se resaltaba ante el ajuste del vestido, mientras que su cadera y trasero quedaban compactos en el vestido. Miró encantada el vestido, para después empezar a inspeccionar los zapatos, quedando encantada con unos del mismo color del vestido, que tenían un detalle entrelazado en cuero, mientras que observó una de las carteras clásicas de la marca, exibirse en un aparador, a composé del conjunto. { http://www.polyvore.com/mcqueen_in_pink.......i_think_am/set?id=50415238
Cárgalo a la tarjeta. —dijo la chica, mientras ponían en vestido, la cartera y los zapatos en cajas y bolsas diferentes.
¿Me permite su indentificación? —le pregunta la empleada mientras ella se la entrega.
Oh, cariño, aquí estás. —dice una voz familiar desde la puerta del local, haciendo que la muchacha sonría. —Lamento llegar tarde, pero la tía estaba como loca que no conceguia vuelo para esta noche. Le dije que ya era tarde, y que iba a mandarle fotos.
Está bien, mamá. Pero ya compré el vestido. —dice la castaña, mientras ella, saca el vestido de la caja, y se lo muestra a su madre.
Perfecto, para esta noche tan especial. —comenta su madre, con una sonrisa. —Oh, Violet, no puedo creer que ya estes haciendo tu aparición en sociedad.
¿Papá va a venir, verdad?
Claro que si, está por llegar, junto con tu abuelo de París.
¿Y la abuela y el abuelo? ¿Van a venir al banquete de ahora?
Por supuesto, tu abuela está encantada. —comenta Elizabeth, mientras toma las bolsas que su hija había comprado. —Quiere verte haciendo tu debut también.
Quiero que salga todo perfecto... ¿Josh y Liam no van a venir, verdad? No quiero que hagan algo estúpido frente a mis amigos.
Tranquila, tus hermanos no va a venir. —comenta Beth, saliendo de la tienda, mientras toma a Violet de la cintura y ambas van caminando hacia su casa, la cual queda en el 591 de Park Avenue.
¡Vladimir! ¡Mira! —grita Violet, mientras le enseña a toda marcha el vestido que compró minutos antes. El hombre, de edad avanzada, sonríe ante la emoción de la pequeña de dieciséis años y le dice: —Simplemente hermoso y elegante, como usted, Señorita Pinault.
Lo sé, la tía Holly cuando lo vea va a morir. Le va a encantar.
Ya lo creo, Señorita. —contesta el hombre, vestido de smoquin como siempre. —Señora, el Señor Pinault acaba de llegar de su viaje de negocios, junto con su padre. —dice el hombre, en tono respetuoso, mientras Elizabeth agrega un: —Gracias, Vladimir. —y se dirigen, ambas mujeres, hacia el comedor, donde el anciano abuelo de Violet se encuentra, sentado al lado de su hijo, un ahora hombre Jason, el cual sonrié ante la vista de su mujer e hija, y junto a él los gemelos, Josh y Liam, quienes están peleando por un tenedor, por lo que Beth pudo corroborar.
Princesa. —saluda Jason, abrazando a Violet, siendo la única niña de la familia, y la mayor. — ¿Tienes todo para esta noche?
Así es. Fuimos a comprar el vestido recién. Te va a encantar. —comenta la chica, con una sonrisa, mientras se acerca a su abuelo, y lo besa en la mejilla.
Seguro que si, Violet. —contesta él, mientras se para de la mesa, y toma la mano de Elizabeth. —Ahora venimos, en un momento. —dice, dirigiéndose más que nada a su padre y Violet, ya que Josh y Liam continúaban peleando, ahora, por una hogaza de pan.
Jason y Elizabeth, de treinta y seis y treinta y cinco años, respectivamente, se encaminan hacia el estudio de Jason, en donde este se sienta en la gran silla de respaldo alto, y le tira la mano a Beth para que se coloque sobre él. Este la arrulla con sus brazos al contorno de su cadera, y ella apoya su espalda en el pecho de él.
¿Piensas dárselo?
¿Crees que le va a gustar? —inquiere Jason, mientras saca desde dentro del cajón una cajita de color rojo sangre, con una palabra escrita en letra cursiva dorada.
Por supuesto que le va a gustar. —contesta Beth, besando sus labios, dulcemente. Mientras que Jason tenía en su mano un brasalete de oro rosado con tres flores decoradas en la parte superior, con un diamante blanco en el crentro de cada flor, el regalo que ambos padres iban a darle a Violet por su presentación en sociedad hoy.
No lo sé, tal vez es muy sencillo... Violet en eso se parece a ti. Todo le gusta costoso y extravagante. —dice él, haciendo que Beth sonría y lo mire a los ojos.
Si, pero como es igual que yo, sé que cualquier regalo que le hagas ella va a adorarlo.
¿Hablaste de llevar a Josh y a Liam al evento?
Me pidió que no lo haga, pero no me parece justo dejarle tanto trabajo a las empleadas. Josh, Liam y además el bebé.
Cuidar a Elliott no es nada, comparado a cuidar a Josh y Liam. —dice Jason, riéndo.
Esos dos monstruitos...
Hoy, va a ser una noche mágica. Lo sé. —comenta Jason, con orgullo en sus ojos, al pensar el paso que su hija está dando, de niña a mujer. —Violet va a estar hermosa.
Claro que si. Y el brasalete le va a ir perfecto para su conjunto. —dice Beth, con una sonrisa. —No te preocupes, Jason. Todo va a estar bien. —y luego, lo besa dulcemente en los labios y le dice: —Te amo. —y él, la besa más profundo, para quedarse allí, un momento lejos, de las preocupaciones del trabajo, los viajes de negocio, la sociedad de Manhattan, los hijos, los padres, empleados y demás... Solos, ellos dos, en el mundo.

martes, 19 de noviembre de 2013

Tren de medianoche - Capítulo 3


Tren de medianoche
Capítulo 3

—Vamos. —musitó dejando dinero sobre la mesa, y a continuación se paró de su asiento, yo lo secundé y salimos de aquel horroroso, pero divertido lugar. 
Caminamos un largo rato y al tener zapatos de tacón el camino se me hacia mucho más extenso. Las calles seguian despobladas, lo que quería decir que no estábamos en la capital nocturna, Las Vegas City, ya que allí, hay más de mil personas transitando las calles.
—Tengo una idea, ¿vamos a conocer Las Vegas?
—Ya la conozco, estamos en ella. —dije, sin comprender.
—Ya lo se, Rebecca, a lo que voy es que vayamos a recorre la ciudad. Yo invito Julieta.
—De acuerdo, pero... Mi papá me espera.
—Por favor, no te va a pasar nada, lo juro. —musitó, tomando mi mano derecha.
—Está bien. —Al decir aquellas dos palabras su rostro se iluminó. Apretó mi mano contra la suya y seguimos caminando. Estuvimos así mas o menos media hora más y sentí que mis pies se desintegraban y caían como la arena fina, grano tras grano, hasta que pude vislumbrar algo. Una piránmide se extendía más de cien metros por encima de mi cabeza y eso solo significaba una cosa. Llegamos al centro de Las Vegas.
— ¿Qué quieres hacer? ¡Vamos al casino! —decía feliz mi acompañante.
— ¿Qué? No, no podemos. 
—La edad no importa, conozco a todo el mundo aquí, nos dejarán entrar.
— ¿No qué eras de Detroit?
—Así es, pero he vivido aquí por cuatro años... Tengo muchos amigos trabajando en casinos, hoteles, restaurantes, y... Lugares a los que nunca vas a ir.
—Ya veo... ¿A qué te refieres con lugares a los que nunca vos a ir?
—A nada. —contestó haciéndose el misterioso, con una sonrisa en los labios.
Luego de decir aquelló afianzó su mano más a la mía y nos dirigimos al Casino Wallming, era un recinto de unas dimenciones algo exageradas. Las paredes estaban pintadas de un color crema y detalles en negro, mientras muchos carteles con luces y brillos se repartían por el lugar. Pasamos las puertas de vidrio y había dos hombres en cada esquina del lugar. Seguridad, pensé. Así que a paso confiado, Nick se acercó a ellos y habló.
—Buenas noches, ¿está Figuins?
— ¿Quién lo busca?
—Nick Holland. —contestó severo. El hombre vestido de traje se quedó en su lugar, para luego tomar su celular y marcar rápidamente un número que no pude ver. 
—Figuins va a estar acá dentro de poco. —anunció el hombre. Nick solo asintió y nos separamos un poco de los hombres de traje.
— ¿Quién es Figuins? —pregunté levantando una ceja.
—Un amigo.
— ¡Nick! ¡Parece que hace meses no te veo! —dijo un hombre de unos veinticinco años acercándose hacia nosotros. 
—Figuins, fue hace meses, todas las vacaciones estuve fuera. 
—Claro, claro... Tú madre está trabajando en el Relly, sabes, ¿no?
—Si, si, pero quería pasar por un casino de verdad.
—Gracias por el halago. —dijo el hombre con una barba de días y sus cabellos algo largos enmarañados. Su ropa parecia de mendigo y tenía un diente de oro. El lateral. —Parece que vienes muy bien acompañado.
—Así es, ella es Rebecca. —musitó Nick, mientras el tal Figuins me tomaba de la mano.
—Sabes que me gustan las morochas, pero debo admitir que con ella haría un exepción.
—Ella no es de esas chicas, además está conmigo. —dijo el muchacho, poniéndose frente a nosotros.
—Tranquilo, tigre. Sabes que por más hermosa que pueda ser una mujer, la amistad ante todo. —aseguró el hombre y ambos estrecharon las manos. 
—Gracias Figuins, ¿te puedo pedir un favor? Rebecca es nueva en la ciudad y solamente por fotos ha visto un casino, ¿me puedes ayudar?
—Claro, hazla pasar, la casa invita. 
Luego de decir aquello se abrazaron y el hombre se disculpó, ya que lo habían llamado por radio que había un problema en una máquina. 
Nick y yo comenzamos a jugar con fichas que él había comprado, primero fuimos a las tragamonedas, donde yo me envicié de una manera increible y después de estar una hora, mientras hablábamos y tomábamos algo, gané dos mil dólares. 
— ¿Te das cuenta? ¡Soy rica! —dije, en cuanto cambié las monedas por billetes.
—Jajaja, si lo eres. —musitó tomándome de la mano, para ir hasta la ruleta. Aposté al 16, el día de mi cumpleaños, y perdí dos fichas. Pero el hecho no era ganar, aunque cuando gané los dos mil dólares fui muy feliz, el hecho era compartir tiempo con él. A pesar de haberlo conocido recién, Nick era ese bálzamo que necesitaba desde que mi madre me dio la noticia de que tenía que mudarme a Las Vegas. Alegría, dulzura y frescura. Todo lo opuesto a mí, pensé.
— Nos quedan en total... Mil cuatrocientos setenta y ocho dólares con cuarenta y cinco centavos.
—Vaya, multimillonarios. —dije, riéndo.
— ¿Vamos?
— ¿A dónde? —pregunté, ya que estábamos caminando a la salida.
— A llevarte a tu casa, Rebecca, son las tres de la mañana.
— ¡¿Qué?! ¡¿Cómo es posible qué sea tan tarde?!
—Estuvimos más de una hora en las máquinas de tragamonedas, y en la ruleta otra hora, sin contar el rato largo en la barra. El tiempo se pasa.
—Mi padre va a acuchillarme.
—Vamos, antes de que se haga más tarde. —sugirió tomándome la mano, ignoré la corriente eléctrica que recorrió mi cuerpo. Salimos del lugar hasta una parada de taxis y en menos de diez minutos un auto de color amarillo y negro se poso frente a nosotros. Muy caballerosamente metió las valijas en el portaequipaje y me abrió la puerta trasera. 
— ¿Hasta dónde vamos? —preguntó el chofer de piel morena.
—Hasta 3708 Las Vegas Boulevard South, en el hotel Cosmopolitan.
—Vives muy cerca de mi casa.
— ¿Dónde vives?
—En Swenson Street, el hotel Knights de Las Vegas, mas o menos seis o siete cuadras.
—Eso quiere decir que somos vecinos. —dije sonriendo como estúpida, la idea de que viva tan cerca mío me alegraba más de lo que debería. Hablamos un poco más alrededor de quince minutos, ya que en ese tiempo el taxi se estacionó frente al hotel donde vivía mi padre. Nick se bajó del auto y me ayudó con mis valijas hasta la entrada.
—Si quieres te ayudo a subirlas hasta tu habitación.
—No, no es necesario, de verdad. Muchísimas gracias por la mejor noche en Las Vegas.
—No, de nada. Pero te prometo que vamos a tener muchísimas más, y una mejor que la otra. —aseguró con una sonrisa, mientras besaba mis labios dulcemente, sintiendo el aroma tan delicado y embriagador que... No, mentira, ojala hubiera pasado eso, fue solo mi inconciente soñando cosas ilógicas, lo que hizo fue besarme tierna y pausadamente la mejilla, para luego ir hasta el taxi que lo llevaría hasta su vivienda.
Caminé hasta el asensor con todas mis valijas, era un tanto incómodo ir tan cargada, ya que cada maleta pesaba alrededor de seis o siete kilos cada una, o más. En el tercer piso una mujer delgada, de cabello castaño y nariz aguileña entro al ascensor, y me miró de arriba abajo despectivamente, yo subí un piso más, y cuando salí la miré yo también de arriba abajo y negué con la mirada. Me daba mucha rabia el hecho de que me traten como poca cosa, y mucho menos esa... Nariz de vuítre. 
Fui hasta el 4E, donde vivía mi padre. Toqué la puerta a la espera de que alguien me abriera y en menos de cinco segundos la puerta se abrió creando una breve brisa que hizo volar alguno de mis cabellos. Del otro lado de la puerta, se encontraba mi padre, igual que como lo recordaba. Su cabello era de color negro, pero ahora las hebras plateadas se iban calando entre los pelos negros, signo de la edad. Sus ojos verdes, del mismo color que los míos, estaban decorados con unas largas pestañas y al rededor de sus ojos unas finas lineas de expreción, que también aparecieron en su frente y en la comisura de sus labios. Su nariz un tanto más grande que la mía, decorada con unas pecas algo invisibles a simplevista y su boca estaba en una fina linea, señal de enfado.
—Rebecca, hace más de tres horas que me dijiste que venías para acá.
—Lo que pasó fue que... —dije, pensando una excusa válida y creíble. —en el tren le dieron mi maleta a una mujer que se llamaba Rebecca Reid, entonces tuve que esperar hasta que me dieran mi maleta y yo la de la mujer, pero ella ya había salido de la estación entonces tuve que estar un largo tiempo esperando.
—Ay hija cuanto lo siento, pero... Me hubieras llamado y yo te iba a buscar, o al menos esperaba contigo.
—No quería molestarte, pero lo que pasó fue que, me quedé sin crédito. Sí, eso... y, no podía llamarte, lo siento.
—No te preocupes, pequeña. Te he echado de menos. —dijo el hombre abrazándome por los hombros. Yo inmediatamente correspondí a su abrazo. Extrañaba estar así con el, no es que la idea de vivir acá en Las Vegas me sea gratificante, pero es lindo estar un tiempo con papá, sabiendo que está tan solo.
—Ven, te mostraré tu habitación. —musitó, tomando más de la mitad de mis maletas, y comenzó a caminar, mientras yo lo seguía. Fuimos por un pasillo donde los pisos eran de madera y las paredes blancas, decoradas con cuadros de paisajes y retratos. Mi padre siempre fue muy fanático del arte, y su estilo favorito era el realismo, y eso podía verse reflejado en cada cuadro de la casa. Llegamos al final del pasillo, y en la puerta del lado derecho estaba mi habitación. Los pisos eran de madera al igual que toda la casa, y las paredes pintadas de un rosa oscuro, en el lado este había una biblioteca con tres estantes repletos de libros y junto a esta un ropero, en el ala oeste estaba un perchero, al lado la puerta y luego una mecedora de color blanco. En la pared norte se hallaba la cama de dos plazas con el cabecero blanco, concordando con toda la habitación, y las colchas fucsias y blancas, al lado de esta una mecita de luz de madera con un velador encima, y frente a la cama, en la pared sur, había un escritorio y sobre este una computadora.
—Es hermosa. —comenté a mi padre, mientras seguía analizando con la mirada la recámara.
—Me alegra que te guste. —dijo sonriendo. —Voy a dejar que te acomodes y duermas bien. 
—Gracias. 
—Te amo. —susurró besando mi frente, y de mis labios salió un: yo también, para que luego se retirara de la habitación.
A paso cansado acomodé mis maletas frente a la cama y busqué en ellas mi pijama, cuando lo encontré, un camison largo hasta por encima de la rodilla de color negro con detalles en rojo, me quité la ropa y me cambié, para luego ir hasta el baño cepillarme los dientes y quitarme el maquillaje. Apagué las luces, ya que el tubo fluorecente me estaba cegando con su blancura, y me arrojé, literalmente, sobre la cama, esperando que el sueño se apoderé de mí, y así fue, en menos de un minuto me encontraba soñando... 

sábado, 16 de noviembre de 2013

El precio de la elegancia - Capítulo 30



El precio de la elegancia
 Capítulo 30
Final

Tres días después

¿Estás bien, Beth? ¿No te golpeaste la cabeza? ¿Quieres ir al médico? —inquiere Holly, mientras ve a su amiga sentada envuelta en una toalla frente a su espejo y todos sus maquillajes, y se va aplicando distintas capas de sombra amarronada y anaranjada, dando un tono natural y otoñal, como las hojas del parque del Central Park.
Estoy bien, Holly.
¿Le dijiste que sí? ¿De verdad? —indaga la muchacha, anonadada. Jamás creyó, aunque alguien hubiera venido a contárselo antes, que su amiga, Elizabeth Rockefeller aceptaba casarse con alguien, a pesar de que ese alguien, era rico. Elizabeth estaba encontra del matrimonio prácticamente desde que nació, y ahora, lo aceptaba con gracia.
Si, Holl. Le dije que si. —contesta Beth, con una sonrisa mientras se delinea los ojos.
Estás tonta, Beth. —comenta Holly, ante la sonrisa de la muchacha.
No te sobrepases, Holly. No me pongas de mal humor. —le dice Beth, con su tono de voz normal, seco y hosco. —Además, en un rato vienen mis padres, con el padre de Jason, Sebastian y su padre.
¿Y qué vas a decirles?
Que no me quiero casar con Sebastian, y que si me desheredan y dejo de ser una Rockefeller, que lo hagan, total, Jason no es pobre y voy a vivir con él.
¿Vas a dejar de ser una Rockefeller? —inquiere con los ojos abiertos como platos, la castaña.
Espero que no. —dice Beth, con un poco de miedo. —Espero que mis padres acepten a Jason, además, tengamos en cuenta que él es el primer heredero de las empresas Pinault. Eso, de algo, debe servir. —comenta Elizabeth, mientras se ata con una hebilla el lado izquierdo del pelo lasio negro.
Yo sabía que te gustaba Jason. Siempre lo supe. —dice con orgullo de su deducción, la castaña.
Tranquila, Sherlock Homes. —comenta Elizabeth, mientras se mete a su armario, y comienza a elegir la ropa que va a usar para enfrentarse a su familia.
¿Y cómo te lo propuso?
Ya te lo conté, Holl. Dos veces. —dice con cansancio, pero con sorna en la voz.
Lo sé, pero... ¿Una flor de anillo? Eso es espontáneo y romántico. —comenta la castaña, con una sonrisa. —Y además, tú pareces otra.
¿De qué hablas? —indaga de mala manera, haciendo sonreír a Holly.
Estás contenta, y no de tan malhumor o a la defensiba... Bueno, a veces. —continúa la chica, riéndo bajito.
Elizabeth sale de su armario con una pollera hasta por arriba de la rodilla dorado oscuro con un moño en el lado izquierdo de la cadera, una casmisa con pullap color champagne, zapatos de tacón negros y un blazer del mismo color, mientras que la cartera de pequeño tamaño era de una tonalidad crudo delicada. { http://www.polyvore.com/look/set?id=64506006 }
Muy, muy bonita. —comenta con una sonrisa Holly, mientras la abraza, gesto que Beth solo permite en Holly, y ahora también en Jason, aunque estas dos personas son muy distintas, le agrada esta diferencia.
Debo irme, van a llegar pronto. —anuncia Beth, mientras la besa por última vez en la mejilla, y sale de la habitación.
Bajando las escaleras de su cuarto se encuentra con Jason, el cual le sonrie de manera dulce y centelleante, cosa que ella corresponde, aunque no de la misma manera cálida que él lo hace. Luce completamente distinto a lo que lo hace todos los días de colegio, por lo cual, capta más de una mirada de sus compañeros sorprendidos, y de chicas suspirando, cosa que hace que Elizabeth las mire de la forma más envenenada posible para que ni se atrevan a posar sus ojos nuevamente en él. Está vestido con una camisa blanca almidonada, una corbata roja con un diseño clásico en ella ajustada al cuello, mientras que su espalda ancha y cintura pequeña se amolda a un saco gris, con un pañuelo a composé de la corbata. Los pantalones son negros al igual que los zapatos de vestir que brillan por el lustre.
Preciosa. —susurra él, mientras la besa en la mejilla, haciendo que por inercia ella sonría. Esto hace que él esté alucinado, ya que ante de ella solo recibía maltrato y se dá cuenta, de que valió la pena el trabajo duro de llegar a su corazón. La recompesa es absoluta.
Elegantes, ambos. —contesta ella, acomodándole mejor la corbata. —Eso aunque sea, ayudará para converncer a mi madre. —le dice ella, sonriéndo.
Le pedí a el Sr. Olivarse que trate de transformar una mesa de la cafetería en algo presentable para la reunión. —dice él, mientras toma su mano, y la coloca alrededor de su brazo, y comienzan a caminar hacia la cafetería, y desde la puerta de la misma, pueden ver a los señores Rockefeller, al señor Pinault y a el señor Palus con su hijo, Elizabeth detiene el caminar de Jason, y lo mira directamente a los ojos.
Tú y yo hicimos una apuesta, ¿recuerdas? —inquiere ella, haciendo que este mientras sonríe, asienta. —Si mis padres dejan que te cases conmigo, esa apuesta sigue en pie. Porque todavía no has ganado. —comenta esta, mirándolo fijamente. —No hasta que yo te diga esas palabras.
Por supuesto, contigo me parecía extraño que sea tan sencillo. —ella frunce el ceño por un momento, para luego sonreír ante la mirada dulce de él.
+ + +
Lo siento. —dice Elizabeth, mientras desliza la cajita negra hacia Sebastian. —Pero no es contigo con quién deseo casarme.—finaliza, dejando en un silencio absoluto a todos los allí reunidos.
Elizabeth Idina... —comienza a hablar Christy, mirándola con el ceño fruncido y la boca torcida en una mueca de disgusto.
¿Con quién lo deseas entonces? —interrumpe Sebastian, mirando la joya dentro de la cajita. —Dijiste que no es conmigo con quién deseas casarte, entonces... ¿Con quién lo deseas? —y luego de esa pregunta, los ojos de Lewis y Christy se posan fijamente en Elizabeth a la espera de su contestación.
Jason. —responde en un suspiro, mezclando con miedo e inseguridad, a la vez que una nota de dulzura se desliza al decir su nombre, haciendo que el proclamado sonría con autenticidad. Sebastian mira a su primo, y sonríe sin más.
Lo presentía. —comenta Sebastian, con una sonrisa, mirando a Jason. —Felicidades, primo. —continúa él, mientras estira su mano a Jason, el cual la toma, mirando fijamente al muchacho frente a él.
Gracias. —responde en tono respetuoso, mientras tres pares de ojos van desde Jason a Elizabeth, y viceversa.
Nos disculpamos. —habla Sebastian, mirando a todos. —Pero nuestro vuelo sale en un par de horas, y debemos empacar. —y así, el señor Palus y su hijo se despiden con tranquilidad de todos los allí presentes, mientras se retiran, los dos, y un diamante de dieciocho kilates.
Elizabeth... ¿Qué está pasando? —indaga Lewis, mirando entre anonadado, sorprendido y maravillado, a su hija.
En París, Jason te pidió mi mano, y hace tres noches atrás, me la pidió a mi, y yo acepté. —dice ella, de manera calma y explícita. —Eso si, tu y mamá lo aceptan, al igual que el señor Pinault. —continúa ella, con una sonrisa más tranquila.
Por supuesto, esto es sobervio, facinante, maravilloso... Una Rockefeller en la familia. —comenta el Señor Pinault, sonriéndole a su hijo con orgullo.
Señor Rockefeller, ya se lo he preguntado con anterioridad, pero insisto en ello: ¿me permitiría casarme con su hija, Elizabeth? Prometo amarla, cuidarla y respetarla en todo. Siempre. —dice él, mientras Elizabeth por inercia, ante sus palabras sonríe, siendo captada por Christy, la cual, sonrié al saber que no solo su hija quiere casarse con un magnate multimillonario, si no que también, tiene sentimientos hacia él.
Claro que si. Mientras los dos cumplan con su palabra, y una gran boda se celebre, claro que pueden casarse. —contesta Christy, al silencio absorto de su marido, que no podía procesar el hecho de que su hija: orgullosa, altanera y con carácter, le pida de casarse con alguien. Con alguien que él previamente había seleccionado. —Recuerda Elizabeth, que todo tiene un precio, si no cumples tu palabra.
Gracias, Señora Rockefeller. Señor Rockefeller. —dice Jason, en tono educado, mientras toma la mano de Elizabeth por debajo de la mesa, y entrelaza sus dedos.

+ + +
No fue tan grave... —comenta Jason, mientras ambos van de la mano, caminando por el gran parque de la escuela West Point.
No, no lo fue... Al final no perdí nada. —suelta ella, más para ella misma que para Jason.
¿Perder?
Si. Mi madre a todo le pone un precio, y crecí bajo esas palabras. Y tu mismo la escuchaste que si no cumplo mi palabra, todo tiene un precio...
El precio de la elegancia. —suelta él, recordando las palabras de la pelinegra en París. — ¿Crees que estás pagando ese precio casándote conmigo? —inquiere, un poco preocupado, pero tratando de ocultarlo con una sonrisa.
No, y ese es el problema. No veo ningún precio a pagar. Es todo... Libre. —él sonríe ante sus palabras, mientras que la abraza dulcemente por la cintura, y ella apoya su cabeza en su hombro. — ¿Diciembre? ¿O tal vez noviembre?
¿Qué?
Debes organizar una gran boda como tu madre, y seguramente tu quieres también. Así que, ¿qué te parece en diciembre? —ella sonríe, mientras él, sin que ella se de cuena en un primer momento, desliza un anillo de oro blanco con una piedra violeta de brillantes, del mismo color que la flor que él le dio hace tres días en el Central Park. { http://bimg1.mlstatic.com/anillo-de-compromiso-oro-18-kt-7-colores-a-escoger-idd_MLM-F-3043131378_082012.jpg }
Y sin decir nada, coloca sus labios sobre los de él, de una manera tranquila, suave y tan tierna, que el mundo alrededor de ellos desapareció, mientras las manos de él se aferraban a la cintura de ella como si su vida dependiera de ello, y como ella, con sus manos, con su dedo ahora vestido con una piedra centellante, se colaban entre los cabellos castaños de él, presionando su cuerpo con el de ella, haciendo que su lengua se asomara por entre sus labios, para unirse de manera cálida y deseosa. 

Nota de la autora: muchísimas gracias por espera & espero que les haya gustado la novela! pronto voy a subir el epílogo de esta historia, & más tarde supongo que Runway to hell :3 gracias a todos & todas por pasarse por mi blog, saludos! Danna. ~

viernes, 8 de noviembre de 2013

Tren de medianoche - Capítulo 2

Nota de la Autora: Antes que nada, debo perdir perdón por no subir absolutamente nada en tanto tiempo u.u de verdad, lo lamento muchísimo, pero la compu NO andaba bien, no tenía la nueva & bueno... Lo único positivo, es que voy a subir ambas novelas!! acá dejo el segundo cap de tren de medianoche, perdón por tanta demora :3


Tren de medianoche
Capítulo 2

Fui hasta mi asiento y ahí me quedé escuchando música de fondo y leyendo, hasta que el tren se detuvo y me encontraba en la ciudad de Las Vegas. Tomé todo mi equipaje, lo mejor que podía ya que tenia dos maletas agarradas en un carrito, y tres agarradas a otro, un bolso atravezado y el bolso de mano colgado en mi hombro. Era una situación bastante incómoda, ya que todo eso pesaba una barbaridad. 
Salí de la estación para tomar un taxi y llegar hasta el departamento de mi padre. No habia nada, ni un auto pasaba por allí. Tal vez era por que eran las doce de la noche, pero, Las Vegas es... La ciudad que no duerme. ¿O esa era New York? Bueno, la cuestión es que en una ciudad capital de casinos, era increible que no pasara ni un alma por la calle. Caminé dos cuadras, luego tres y así se hicieron siete, buscando un taxi, pero nada. Hasta que escuché unos pasos detrás mío. Seguí caminado sin voltearme, pero apresuré el paso. Y a su vez, la persona que se encontraba detrás mío, así lo hizo. 
—Preciosa, ¿por qué tan apurada? —inquirió una voz ronca detrás de mi. Yo no contesté y caminé más rápido, si es que se podía. Ya que correr, con todo el equipaje, no podía ni de chiste.
— ¿Vas a algun lado, nena? —preguntó la voz, detrás de mi, pero esta vez mucho más cerca que la vez anterior. Hasta que se colocó frente mío. — ¿Qué pasa bombón, quieres huir de mi? —dijo en un tono triste, dramatizando.
—Déjame, tengo que irme.
— ¿Sin mi? Claro que no. —contestó, acercándose, colocando su mano en mi cintura mientras que sus labios se encontraban pegados a mi mejilla.
—Déjame, no me toques. —chillé, separándome de el chico.
—Mira...
— ¡Julieta! ¡Aquí estas, papá nos está esperando en la estación de policía! Ya me dijo, o vas tú o viene él... ¿Quién es él? A papá no le gustará que estes con un chico a estas horas de la noche. —dijo con voz firme y severa. — A no ser de qué te quieras presentar ante mi padre, claro.
—No, está bien, yo solo... Me voy. —anunció el hombre de unos veinte años a "mi hermano", y salió corriendo.
— ¿Hermano? —pregunté, mientras me encontraba con el Shakesperiano de la estación.
—Claro, si me presentaba de otra forma, hubiera utilizado el arma que tenía en el bolsillo de adentro de la campera.
—Vaya que... Observador.
—Gracias. —dijo en tono socarrón.
— ¿Julieta? No me llamo así.—dije, recordando como me había llamado ante aquel sujeto.
—Bueno, yo no me llamo Romeo, y estaría encantado de ser el tuyo. —musitó sonriendo y yo me puse más roja que un semáforo.
— No me has dicho tu nombre, Julieta.
—Me llamo Rebecca Reed ¿y tú?
—Nick Holland.
—Un gusto, y muchísimas gracias, de verdad. Ahora si me disculpas, debo irme.
— ¿Sola? ¿Luego de que casi te... ? Quien sabe qué te podría haber hecho ese lunático.
— ¿Y qué quieres que haga? ¿Llamo a papá que es policía? —pregunté con ironía y él rodó los ojos.
—Yo te acompaño, a donde sea que quieras ir.
—Gracias. —contesté, con una sonrisa. —pero tú debes hacer, lo que has venido a hacer. —dije, en un enredo de palabras.
—Vine a estudiar, supongo.—musitó, frunciendo el ceño. —Y obviamente a trabajar, pero... Eso puede esperar esta noche. —finalizó guiñándome un ojo.
—De acuerdo, gracias. —le dije, en cuanto se puso a mi lado y tomó mi carrito con tres maletas, y el bolso atravezado, mientras yo llevaba el bolso de los maquillajes, el de los zapato, peluquería y accesorios.
—Ven. —habló luego de más de nueve cuadras en silencio. Yo lo seguí cruzando la calle hasta llegar a un bar, donde gente de la noche se encontraba allí, nos sentamos en una mesa lo más apartados de todos, ya que el ambiente no era el mejor. Las paredes de un verde jade decolorado, con huecos de cemento debido a que se estaba resquebrajando, estaba decorado con cuadros tan descoloridos como la mismísima pared. Los pisos eran de cerámica gris, haciendo juego con las sillas y mesas negras. La barra era gris de igual modo que el piso, y detrás de ella una mujer de unos veinte años de piel morena, y cabello oscuro, con un jean ajustado, botas negras y una remera del mismo color corta, sobre el ombligo, debajo del busto. El lugar olía a alcohol, cigarro y a la parrilla que se encontraba asando carne del otro lado de la barra. La camarera se acercó y le pedimos dos hamburguesas con papas fritas y dos gaseosas.
—Cúentame Rebecca, ¿qué haces aquí?
—Bueno... Mi madre se ha vuelto a casar, y según ella, hace mucho no estoy con mi padre, así que me mandó aquí.
—Vaya...—dijo y yo continué su oración.
—Se deciso de mí, en cuanto tuvo oportunidad.
—No iba a decir eso. —negó, y en ese momento llegó la morena con nuestras bebidas. — ¿Dónde vivias anteriormente?
—En Chicago ¿y tú?
—En Detroit y también aquí. —contestó, jugando con la chapita de la Pepsi. — ¿qué edad tienes? Porque sé tus dos libros favoritos, y no se tu edad. —musitó con una sonrisa de lado.
—Dieciséis, ¿tú?
—También.
— ¿Qué te trae a Las Vegas? — le pregunté, mientras la camarera nos traía nuestro pedido, me miró despectivamente de arriba a abajo, y se retiró.
—Eres muy distinta a ella. —dijo, ya que se percató de la mirada de aquella mujer.
—Si tenemos unas tres o cuatro tallas de diferencia en corpiño. —respondí a lo que el rió.
—No hablaba de eso, hablo de que... —hizo una pausa, en la que me miró fijamente y continuó. —Ella es una mujer, y por lo tanto una flor.
— ¿A qué quieres llegar?
—Todas las mujeres son flores, pero de distintas estaciones. ¿No lo sabías? Para ser una Shakesperiana, estas fuera de onda. —dijo, riendo.
— ¿Cómo? —pregunté, ya que cada vez entendía menos.
—Ella es fría, soberbia, un tanto maleducada, pero hermosa, como toda mujer. Entonces es una flor de invierno.
—Claro, ¿y yo qué flor sería?
—Una flor de primavera, las flores más hermosas y de más rico perfume. Aquellas que se esperan con ansias todo el año, ya que salen solamente en esa estación y cada una de ellas es única, como es tu caso. —comentó y yo creí morir ahí mismo. 
—No me has dicho que has venido.—dije retomando la conversación, ya que el color rojo se intensificó en mis mejillas.
—Bueno, todos los veranos me voy a quedar en Detroit con mis tíos, en la casa de mi padre, el cual fallecio hará dos años, y bueno, luego de trabajar todo el veranos allá, vengo a la escuela y a estar con mi madre, y por supuesto, a trabajar.
—Lamento lo de tu padre. 
—No, está bien. —musitó el con una sonrisa, mientras se llevaba una papa frita a la boca. 
—Y tú... ¿a qué instituto irás?
—No tengo idea, eso lo arregló mi padre
—Bueno, pero ya te gradúas, en solamente dos años, y... ¿Qué vas a estudiar?
—Pienso estudiar Ingeniería aeronautica.
—Vaya, que interesante... Como una persona tan chiquita va a hacer un avión o un barco.
—Jaja, yo no soy chiquita. 
—Por favor, rubiecita, claro que lo eres.
— ¿Rubiecita? —pregunté, levantando una ceja. — ¿Lo debo tomar como un insulto? 
—Claro que no, solo... Olvídalo. —Dijo sonriendo
Seguimos hablando de las cosas que nos gustaban, como por ejemplo descubrí que su color favorito era el verde, ya que era la calma, esperanza y me dijo, que ahora además de esos dos motivos tenía otro. Que era el color de mis ojos. 
Su grupo de música favorito era Kiss, y a lo que a mi respecta también es uno de mis favoritos, pero antes me gusta mas Queen. Su comida favorita era Spaghetti a la carbonera...
— ¿Qué tiene eso?
—Spaghetti, por supuesto, tocino de la carrillada de cerdo, huevo, queso de oveja, parmesano, romano, cebolla, aceite de oliva y pimienta 
—Vaya que elavorado, yo como en McDonals y soy feliz. —anuncié a lo que el rió.
—Eso no es comida. —contestó el y antes de que pueda decir algo más mi teléfono comenzó a sonar-
— ¡Papá! ¿Cómo andas? —le pregunte, ya que se notaba preocupado. 
—Bien hija, ¿Cúando llegas al departamento? ¿o quieres que te valla a buscar a la estación? —indagó del otro lado de la linea.
—Tranquilo yo en un rato voy a andar por el apartamento.
—De acuerdo. —contestó este, más relajado. —Te quiero, Becky.
—Yo también, besito. —luego de decir aquello finalicé la conversación, y miré a Nick.
—Debes irte, ¿te acompaño?
—Ya has hecho mucho por mi, puedo sola de verdad.
—Sinceramente, no me molesta.
—De acuerdo, pero debemos tomar un taxi o algo, el departamento queda un poco lejos de aquí.