El precio de la elegancia - Capítulo 15

 

El precio de la elegancia

Capítulo 15

—Docientos treinta y ocho... Docientos treinta y nueve... Docientos cuarenta... Docientos cuarenta y uno... —contaba Jason, mientras él, y sus escoltados hacían flecciones de brazos, y allí, en el medio del campo de deportes, aparece Elizabeth, con un vestido rojo de strapless con una caída larga hasta el piso, con diferentes telas superpuestas, zapatos de tacón plateados y una cartera de mano del mismo color. Su cabello estaba recojido sutilmente, y su maquillaje era propio para el atuendo. { http://www.polyvore.com/happy_new_year/set?id=67401042 }

— ¿Elizabeth?

—Dime... ¿Quién va a lucir un vestido así aquí? Y además, lucirlo tan bien. Es obvio que soy Elizabeth. —le dice ella, rodando los ojos. —Acá tengo todos los diseños, y este es uno de los mejores. ¿Te gusta?

—Es muy lindo. —contesta él, con una sonrisa, mientras todos miraban las palabras que ambos intercambiaban. —Acá están los diseños, con las telas y sus precios y lo que me salió la contratación de los cofeccionistas, más el traslado y todo.

— ¿Docientos cincuenta mil dólares?

—Euros, ya que fueron confeccionados en París.

— ¿Te volviste loca? ¿Cómo pudiste gastar tanto? Cuando todavía falta el marketing y las sesiones de fotos...

—El fotógrafo lo contratamos de aquí y la modelo obviamente soy yo. ¿Crees que vas a conceguir una chica más bonita que yo? Olvídalo. —le dice esta, haciendo que él, niegue con la cabeza.

—Arrancando con el Pet a Porter primavera-verano, creo que el rojo es lo más apropiado, pasional y cálido... Todos los vestidos son de ese color.

— ¿Eso no lo hizo Valentino hace un par de años? —preguntó este, frunciendo el ceño.

— ¿Cómo diablos sabes eso? —pregunta ella, sorprendida.

—Y en la colección de novias del 2010, Carolina Herrera hizo lo mismo.

— ¿Eres un fanático de la moda oculto o algo así? —indaga ella, mirándolo atónita.

—Más te vale que los diseños en tela sean innovadores, porque si no, va a ser más de lo mismo. Las colecciones deben ser nuevas, modernas y por sobretodo, si son de alta costura, elegantes.

—Clásicas... La ropa clásica es la mejor.

— ¿Ahora te copias de Chanel?

— ¡Cierra el pico! Y... ¿Cómo sabes eso?

—Da igual, fíjate lo que haces, si no, la colección será un fracaso total.

—Este vestido es un sueño... Si yo no lo hubiera diseñado, juro que si lo veo en una vitrina lo compro. —comentó esta, con una sonrisa. —Pero, si no me crees, escuchemos la opinión de expertos.

— ¿Expertos? ¿Llamaste a Vera Wang o algo así?

—No sé como un plebeyo como tu la conoce, pero no. Hablo de otros expertos. —dice ella, con una sonrisa. — ¡Chicos! ¡Tengo una pregunta! —grita, haciendo que todos los hombres del campo, la miren con atención. — ¿Qué les parece el vestido? —pregunta, haciendo que silvidos y alaridos de exitación se escuchen en todo el lugar. —Te lo dije. —le dice con una sonrisa socarrona.

— ¡Cállense! ¡Cien flecciones más! —les grita a todos ellos, haciendo que los gritos cesen, y que los murmullos de réplica aparezcan de repente.

—Nos vemos después, plebeyo. —dice ella, saliendo del campo, arrastrando un poco la cola del vestido, llegando luego de unos minutos al edificio central de West Point.

—Disculpe. —dice un hombre, vestido de traje, hablando en un tono sofisticado. —¿Sabe dónde puedo encontrar el centro de militancia?

—Por allá... Pero, están entrenando, debe presentarse en la oficina. —contesta ella, con restándole importancia a la contestación.

—El Sr. Pinault va a matarme. —susurra este, más para si mismo que otra cosa.

— ¿Pinault? ¿Jason Pinault? —inquiere ella, mirándolo atentamente ahora.

—Así es ¿lo conoce?

—Si, el está entrenando a su tropa por allí. —dice ella, señalando el campo dónde, efectivamente, un grupo de alrededor de setenta chicos estaban haciendo actividad física.

—Muchísimas gracias, señorita. —comenta el hombre, con un inclinamiento de cabeza, pera luego, irse por donde ella le indico.

— ¿Sr. Pinault? ¿Para qué buscará ese hombre a Jason? —inquiere ella, intrigada, observando a la lejanía a aquel hombre bien vestido.

El hombre de unos cincuenta años, camina hacia el lugar que anteriormente Elizabeth señaló, encontrándose con la tropa acargo de Jason. Este, se estaba haciendo la ejercitación junto con los demás miembros.

— ¿Sr. Pinault? —indaga este, haciendo que Jason, vea para arriba para encontrarse con el Sr. Olivarce.

El Sr. Olivarse fue, desde que Jason nació hasta que se fue a Estados Unidos con su madre, su empleado de máxima confianza, y no solo eso, en su educación primaria él estaba acargo de todo. Siempre fue muy allegado a este, ya que con el paso del tiempo se había encariñado con el joven amo, como él lo llamaba.

— ¿Olivarse? —pregunta este, poniéndose de pie, con una gran sonrisa, enseñando sus blanquecinos dientes.

—Señor, es muy bueno verlo. —dice el, con una sonrisa educada.

—Tengo que estar aquí por quince minutos, ¿me esperas en la cafetería, por favor?

—Si, señor. —contesta este, haciendo una inclinación de cabeza, y saliendo en busca de la cafetería.

Cuando Jason hubo terminado con el dichoso entrenamiento, se dirigió hacia su encuentro con el Sr. Olivarse, el cual, con su traje negro de pingüino resaltaba ante todo el alumnado.

—Sr. Pinault. —dijo este, parándose de su asiento.

—Olivarse, gracias por esperar.

—Siempre que lo desee, joven amo. —responde formalmente aquel hombre.

—Siéntese. —dice Jason, haciendo que ambos tomen asiento en la cafetería de la escuela, con un par de miradas sobre la extrña visita del muchacho.—Necesito que me hagas un favor, Olivarse.

—Dígame, señor. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Luego de esta conversación, requiero que vuelvas a París urgentemente y me informes de algunos sucesos.

— ¿A qué se refiere, Señor?

—Jean Sebastien Palus.

— ¿Sucede algo con su primo? —inquiere el hombre, mirando sin comprender al muchacho.

—Hace unos días, ha estado enviando cosas a una persona. Necesito saber el motivo.

— ¿Cosas? ¿A qué persona? —pregunta Olivarse, sin comprender totalmente.

—Joyas, un caballo... —contesta este, pensando en el animal de la otra vez. —Le ha estado enviando esas cosas a Elizabeth Rockefeller. Necesito saber por qué.

—De acuerdo, señor. —responde, con su típico tono formal. —En cuanto averigüe todo, lo llamo y le explico la situación.

—Gracias, Olivarse. —musita Jason, con una cálida sonrisa. —Pero, quiero que este asunto se trabaje con absoluta sobriedad y que nadie de mi familia, inclusive mi padre, se entere de que te llamé.

—Por suepuesto.