Tren de Medianoche - Capítulo 4

Tren de Medianoche

Capítulo 4

Farrah Deball

— ¿Esas son horas de llegar? —preguntó mi padre, en cuanto abrí la puerta. 
—Estuve en casa de los Ruscher, trabajando. Por si no lo sabías, tu hijo Daniel empieza las clases, y tú no le has comprado nada, va a primer grado tiene que llevar muchísimas cosas.
—De acuerdo, de acuerdo. Has algo de cenar que muero de hambre. —dijo el hombre groseramente. Como me exasperaba, si el supiera. Pero me calle, como siempre, y fui hasta el living donde Daniel estaba sentado en el sillón dibujando.
—Hola, mi amor. —musité en cuanto me acerqué hasta él, el niño levantó la cabeza y me sonrió ampliamente.
— ¡Farrah! ¡Volviste! —gritó el pequeño, abrazándome por los hombros.
—Hola, nene. Si vine, y te tengo regalos. —le dije con una sonrisa, y le entregué la bolsa enorme que tenía en mis manos. Estaba expectante, y con mucha ilución en sus ojitos cristalinos, y al abrir la bolsa, su sonrisa se ensanchó a más no poder. Empezó a sacar los cuadernos, dos rojos, dos azules, uno amarillo, otro verde, tal como pedían en la lista de clases. Hojas de color, hojas lisas blancas, lápices de colores, fibras, lapiceras, la cartuchera de un personaje de la tele que el mira, Ken 10.
—No Farrah, es Ben 10. —me corrigió el nene, riendo.
—Bueno, ese. 
Y obvio también le compré el uniforme de la escuela, todo de lo que Neil no se habia ocupado. 
— ¡¿Y la cena, Farrah?! —gritó Neil, desde su habitación.
—Si, si, ya va. —anuncié, mientras depositaba un beso en la mejila de Daniel y acto seguido iba a la cocina a preparar algo. Puse todo lo que necesitaba, he hice lasagna, a Daniel le encanta, luego preparé la mesa y en una hora estábamos los tres comiendo en silencio. En la cena nadie hablaba, hasta que Neil decía algo, o preguntaba. Si no, la comida era un silencio sepulcral, al igual que toda la casa cuando el aparecía. 
— ¿A que hora vuelves mañana? —preguntó el hombre sin levantar la cara de su plato.
—A las ocho, ocho y media. Es que voy hasta las cinco a la escuela, y cuando salgo voy a la casa de los Ruscher.
—De acuerdo, pero la cena no la quiero más a esta hora, es muy tarde y yo me voy temprano. A las nueve se come, ¿entendido?
—Si, si. —respondí rápidamente, nunca se le debatía algo a Neil. Siempre terminaba mal eso.
Al terminar la cena, lavé los platos y comencé a ordenar la sala, que Daniel la había dejado hecha un desastre. Luego fui hasta el baño que estaba mojado, seguramente Neil se bañó y nunca en su vida iba a ayudar en los que haceres de la casa. Así que fui hasta el cuarto de Daniel, y lo llevé hasta el baño, abrí la ducha y esperé hasta que se calentara, y luego lo metí a bañar. Cuando salió lo envolví en la toalla y lo sequé y cambié en su cuarto, para después arroparlo y cantarle la misma canción de siempre, con la que se dormía.
Fui nuevamente hasta el baño y lo limpié, sino mañana quien escucha a Neil quejarse de que todo era un desastre. Y por último, fui hasta mi cuarto, donde todo era de un completo orden. Me quité la ropa y me puse el pijama, todas mis cosas estabn listas para el primer día de clases. El reloj marcaban las once de la noche, ya era tarde. Mañana a las seis arriba. 

***

—Arriba, calabacita. —le dije a el niño, mientras él se enroscaba más en las sábanas. —Es el primer día de clases, ¿No vamos a llegar tarde, no? —El somñioliento se levantó de la cama y se fue hasta el baño. Se lavó los dientes, las manos, la cara y luego vino hasta su cuarto, donde yo dejé la ropa preparada, planchada y lista para que se la ponga. Yo ya estaba lista, me levanté a eso de las seis y media para estar antes que todos, y el desayuno ya estaba listo.
—Papá, ¿vas a llevarme a mi primer día? —preguntó el niño, esperanzado.
—No, no. Tu hermana te lleva. —dijo este, bebiendo el último sorbo de café para luego ponerse el saco y decir un triste y corto, "adiós", desapareciendo de la casa. 
Vi como los ojos de Daniel comenzaban a llenarse de lágrimas lentamente, por el rechazo de su padre.
—No llores, nene. Vamos al colegio, seguramente vas a hacer muchísimos amigos.
— Si, y hasta novia voy a tener. —dijo sonriendo.
—No, no, tu eres muy chiquito para tener novia. —contesté riendo. Luego de que desayunamos, salimos del departamento y fuimos hasta la escuela caminado, quedaba a eso de siete u ocho cuadras, así que era lo más sencillo.
Deje a Daniel en la puerta de su salón , saludé a la que sería su maestra y me despedí de él, en ese momento la campana sonó y yo estaba totalmente lejos de mi salón. Tarde, el primer día de clases. Fui hasta donde era el aula, casi corriendo diría yo,  y toqué la puerta, agitada, esperando un adelante.
— Señorita Deball, ¿es sorda? 
—No. —contesté sin comprender su pregunta.
—Digo, porque parece que no oye la campana. 
—Lo siento, señor Berry. —dije, para luego ir a sentarme al lado de Fiona, la muchacha de ojos cafés y pelo ondulado del mismo color, me sonrió y dijo un "hola", besando mi mejilla. 
Habrán pasado unos minutos, en los cuales el profesor empezó a preguntar nuestros nombres, así los iba memorizando, ya que algunos alumnos eran nuevos, y los que eran recien llegados, decían de donde venían y a que escuela iban. El señor Berry comenzó a decir lo que íbamos a ver este año:  Primera y segunda Guerra Mundial y Guerra Fría, esos iban a ser los temas principales de historia universal, y luego iba a ser la Revolución cubana, Guerra de Corea, Guerra de Vietnam. También el movimiento de la independencia de la India, y la independencia africana. Todos soltamos un "uhhhhhhhhhh", que el docente silencio. Historia, era megamente aburrida. 
Dos golpes en la puerta hizo que todo el curso, incluyéndome, girara la cabeza a esa dirección, y el profesor dijo un "pase", y detrás de ella apareció una chica, de cabello rubio y ojos verdes, su piel era blanca como la nieve. Tenía un cutis perfecto, sus ojos bien delineados con unas espezas pestañas y contorneados con unas delgadas cejas rubias. Su nariz era pequeña, llendo a composé con el resto de sus facciones, y sus pómulos resaltaban solo un poco maquillados con rubor, llendo más abajo, su boca era algo gruesa pintada con gloss, y su cara era de una cimetría perfecta, sin lugar a dudas. Su cuerpo era de una altura media, ni petiza, ni muy alta, con unas delineadas curvas, haciendolese notar el busto altamente proporcionado, un tanto ajustado con la camisa del colegio, y unas caderas pequeñas. Era hermosa. La típica barbie de la escuela.
— ¿Y usted quién es? —preguntó Berry, frunciendo el ceño, en donde sus espesas cejas negro azabache, teñidas,  casi se tocaban.
—Soy Rebecca Reed, siento llegar tarde. —dijo la chica, entrando al salón con una seña del profesor y cerrando la puerta tras ella. 
—Hace más de veinte minutos empezó la clase. —comentó molesto el maestro, a lo que ella se mordió el labio inferior.
—Lo lamento, es que soy nueva en la ciudad, y tomé el colectivo equivocado, me fui para otra dirección, y tuve que tomar el que venía para acá y se me hizo tarde.
—Está bien, está bien. —dijo el docente, cansado de las excusas. — Y digame... ¿De dónde viene?
—Soy de Illinois, Chicago. —contestó con una voz suave y dulce, la chica.
—Bueno señorita... 
—Reed.— se apresuró a decir ella.
—Reed, bienvenida al establecimiento. —comentó Berry, y ella solo sonrió. —Sientese en donde quiera, hay varios asientos vacios. 
—Julieta, por acá. —dijo una voz masculina detrás de mi, a lo que la chica con el sembante sorprendido y con una sonrisa de felicidad se acercó hasta donde el chico le había gritado. 
— ¿No se llamaba Rebecca? —le pregunté a mi acompañante.
—Si... Ni idea. —dijo Fiona riendo, a lo que yo la secundé.