Blinking Cute Box Panda

miércoles, 29 de agosto de 2012



Libro Abierto

Capítulo 21 

Abrí los ojos lentamente y comencé a recorrer con la vista, el lugar en el que me encontraba. Era mi dormitorio. Obviamente, gracias a mi madre, se encontraba en un perfecto orden, sin nisiquiera un papel fuera de lugar.
Me erguí, y noté como las cosas me daban vuelta. El dolor de cabeza era atroz, parecía como si alguien estuviera golpeándome con un bat de baseball en la cabeza. Corrí las piernas y las coloqué al costado de la cama, para luego tratar de levantarme de esta con todo el esfuerzo posible, ya que los mareos se acrecentaban cada vez más, y mi fuerza disminuía a su vez.
Fui al armario y me coloqué ropa, una blusa de tirantes roja, una campera de algodón blanca, unos jeans y mis convers rojas. Después, me encaminé, o mejor dicho, me arrastré hasta el baño, y cuando mi ví al espejo verdaderamente me asusté.
Mi rostro estaba demacado. Las ojeras llegaban casi hasta mis pómulos, y estos estaban adornados, al igual que toda mi cara, de una palidez impresionante. Sentía que si mantenía mi dedo apretado contra mi mejilla por un minuto, se formaría una bola roja contrastando con mi tono actual de piel. Mis ojos de color castaño, tenían la iris de mi común tono chocolate, pero la esclerótica que siempre se encuentra de color blaca, estaba coloreada de un rojo claro.  Mi cabello se encontraba, como era de esperarse, todo enmarañado y desprolijo, así que con el peine traté de que se viera bien, o aunque sea, que no se encuentre tan desprolijo.
Luego de que me maquillé, sin que este hiciera milagros sobre mi rostro enfermizo, salí de la habitación, para encontrarme con mi madre, quien se hallaba leyendo un libro en el sillón del living con sus gafas puestas. Al notar mi presencia, ella dejó lo que estaba haciendo y se encaminó hacia mi. Al verme de cerca, su rostro se transfiguró, demostrando en él la simple preocupación de una madre.
—Romance, cariño ¿Cómo te encuentras? —preguntó la aludida, tomándome de la mano.
—Estoy... bien, solo necesito salir.
— ¿Salir? Claro que no, hija. Estas delicada, y además el doctor Her dijo que te tienes que quedar en cama todo lo que resta del día hasta mañana.
—Mamá, estoy perfectamente bien. —mentí de una manera creible, hasta a mi misma me convencieron mis palabras.
—Hija... —empezó pero yo la corté antes de que comience con su monólo extenso, mientras la dama, creía que se encontraba en un anfiteatro representando una obra dramática.
—Mamá, te prometo que vuelvo rápido y que cuando regrese te explico absolutamente todo lo que ah ocurrido.—prometí, mientras en mi madre vi un atisbo de duda en su semblante,
— ¿Dónde irás? —indagó y en mi rostro se formaba una sonrisa, a pesar del dolor de mi cuerpo.
—A la casa de los Styles. —le contesté sincera, ya que si mentía, ella tal vez lo descubriría.
—De acuerdo, Romance. —musitó ella, a lo que mi corazón saltó de alegría. —Vienes antes de las nueve de la noche ¿entendido?
—Si mamá, no te preocupes. Aquí estaré.
Luego de eso, tomé mi cartera con las llaves, dinero, labial y mi celular, para encaminarme hacia el ascensor, donde en menos de cinco minutos entuve en la planta baja. El muchacho que abría la puerta de el hermoso edificio, me sonrió de costado, con una mirada galante y seductora. A lo que yo contesté con una sonrisa amable, nada más. No quería que el muchacho se haga falsas ilusiones, cuando yo no podía ser, ni en la más mínima de las irrealidades.
Con paso dubitativo me dirigí a la escuela, eran las cuatro de la tarde, así que la recepcionista tranquilamente se hallaba en el establecimiento. Posteriormente de caminar las doce cuadras, entré al lugar gracias a que Alice, la portera, me abrió a puerta. Me fui directo a la oficina de secretaría, sin prestarle la más mínima atención a los alumnos que se encontraban allí, a pesar de que algunos los reconocía de mis clases, pero no le presté mayor importancia.
Llegué a la sala de secretaría, y le pedí a la mujer que me diera la dirección de Harry Styles, ya que ambos estamos en la clase de geografía y teníamos que hacer un trabajo práctico juntos, y el muchacho se había olvidado de darme su teléfono y no pude llamarlo para pedirle su dirección.
—48 Sunsest Cliffs Street, Avenida Market—después de que la "amable" secretaria me diera la dirección de Harry, salí de la escuela y fui por un taxi, ya que al ser nueva no tenía ni la más pálida idea de como llegar. Sin contar de que mi sentido de la orientación era nula.
Anteriormente de subir al taxi y que este anduviese durante más de media hora, me hallaba frente a una casa, que digo casa, una mansión. Las paredes eran de ladrillo a la vista, pero estas estaban barnizadas, dándole un tono más ocre pero a la vez, muy elegante. La casa era de dos pisos, en el piso superior habían cuatro ventanas cuadradas que daban a la calle y la parte inferior tenía dos ventanales amplios, donde había cortinas blancas impidiendo seguir observando hacia dentro.
La puerta era de color blanca, con una manija de bronce al igual que el llamador, y para llegar a esta, cuatro pequeños escalones. La residencia estaba rodeada de un jardín bien cuidado, con rosas blancas y rojas, y una enredadera que subía por la pared lateral y la parte baja de la morada.
Subí los cuatro escalones y toqué la puerta con el llamador. En menos de dos minutos, un muchacho de cabellera rubia y una cabeza y media, seguramente, más que yo, abrió la puerta. Lader me miró de una manera amenazadora, y yo, tragándome el temor que me proporcionaba su mirada, me armé de valentía, y con la voz titubiante pregunté:
—¿Está Harry? —indagué, mientras el chico, me seguía observando de manera voraz.
— ¿Qué quieres, niña? —revatió de manera frívola y desfachatada.
—Quiero verlo... Saber como está... —dije, mientras el miedo se hacía presente en mi cuerpo.
—Niña, te puedes ir por donde viniste, porque...
—Esa no es manera de recibir a las visitas, Lander—lo regañó una mujer, la misma que había visto ayer cuando Harry fue herido—. Por favor niña, pasa. —me dijo dulcemente.
Yo, con las mejillas hechas fuego, ingresé a la vivienda, sintiendo la furtiva mirada del rubio. La mujer, de unos cuarenta años, me sonrió amigablemente. Su piel era de una palidez casi alvina, al igual que creo yo, todos los integrantes de la familia. Su cabello era de color rubio cenizo, convinando perfectamente con sus ojos color miel, y estos estaban decorados con un delineado negro, resaltando la belleza de sus pupilas, y a la vez, con unas pestañas de una longitud impresionante, iguales a las de Harry. Su boca era tan pequeña como un botón, y detrás de estos, unos relucientes dientes nieve, y su nariz era pequeña, en composición con su menuda figura. Pero lo que más me llamó la atención de su rostro, es que no denotaba ningún tipo de lineas de expreción, que es lo más común en mujeres de cuarenta y pico de años. Pero sin duda, su belleza era palpable.
—Es un gusto tenerte aquí, Romance. —anunció la mujer, sonriendo dulcemete.
—Muchísimas gracias señora, por recibirme tan amablemente.
—No, linda, es un placer tenerte aquí. Pero no me digas señora, me haces sentir más vieja de lo que ya soy—ella rió ante su comentario y yo la secundé—. Me llamo Colette.
—Encantada... Y yo... le quería preguntar... —dije, notándose en mi, el nerviosismo.— ¿Cómo se encuentra Harry?
Su rostro se descompuso y el nerviosismo se acrecentó en mi ser, el temor de que su vida peligrara volvió en mí.

2 comentarios: