Blinking Cute Box Panda

lunes, 10 de septiembre de 2012


Libro Abierto

Capítulo 26


— ¿Vas a hablar? ¿O piensas mirarme toda la noche con cara de tonto? —le dije de mala gana, a lo que él sonrió de costado. Es raro, otro me hubiera mirado mal, mínimamente.
— ¿Qué crees que soy? —indagó, mirándome con los ojos centellantes, tan oscuros como la noche, tan profundos como el mar, y tan perfectos como su persona.
— ¿Un vampiro? —al decir eso, comenzó a reír, a lo que yo lo miré mal.
— ¿Un vampiro? Así con capa y dientes... Jajaja... —comenzó a decir y finalizó la oración riendo.
—Bueno si no eres un vampiro, ¿qué eres? —inquirí, a lo que él se puso serio.
—No soy una buena persona, Romance...
— ¿Qué haces tan malo? —inquirí, a lo que él bajó la vista.
—Matar.
Me quedé en silencio, no sabía que decir. Harry, el ser más perfecto del mundo, de mi mundo ¿un... asesino? La cabeza me daba vueltas, y el dolor se apoderó de mi pecho.
—Te lo he dicho, te he dicho que me odiarías al saber la verdad.
—No es verdad, no te odio. —y era verdad, estaba decilusionada, y me dolía que acabara con la vida de personas, pero no lo odiaba. Eso nunca pasaría.
— ¿Aunque he matado, a lo largo de toda mi vida, a más de docientas mil personas? —me quedé callada, era un número bastante elevado.
—No me interesa, Harry. —le dije, a lo que me paré del sillón y me acerqué a donde el se encontraba, recostado sobre una columna. Donde estaba sentado, apoyando la pared contra esta. —No es que me gusta el hecho de que mates gente, pero eso... No va a cambiar lo que siento o pienso de ti.
El interpelado me sonrió, y me tomó de la mano.
—He mentido, he robado, he codiciado, he sentido gula, he matado, no respeto ninguna religión, también he envidiado, y he roto cada uno de los mandamientos primordiales de todas las religiones, y los siete pecados capitales, impulsados por ustedes, los humanos.
—No me importa, yo te quiero a ti... Sin importar que hallas hecho antes.
—Romance... —lo interrumpí.
—Por favor, Harry. Si te tuviera miedo, si te odiera o algo por el estilo, no estarías acá, y yo menos. Así que, por favor, confía en mí y cuéntame la verdad. —Le pedí, apretando su mano.
—Vivía en Varsalles... Nací el día 2 de diciembre de 1782. —Se detubo, para mi reacción. No podía creer lo que me estaba diciendo. —Tengo 227 años, y mis padres y hermanos unos años más o menos que yo.
—En 1789 llamaron a todos los hombres de las casas para ir a una batalla que se desataba en el Mar Rojo, íbamos a conquistar Egipto, con muchos educadores, científicos y médicos, para llegar al territorio. Pero como ese país también lo quería Inglaterra, la flota francesa tuvo que enfrentarse con la Inglesa. Estábamos comandados por el comandante Horacio Nelson, pero claro, la cabeza de todo aquello era Napoleón Bonaparte... que seguramente lo conoces.
Yo solamente sentí, sin poder decir nada.
—Bueno, como decía. El número de los ingleses, superaban en creces al nuestro, pero como teníamos órdenes directas de llegar y conquistar el territorio Egipcio, nos enfrentamos.
—Reino Unido ganó, siendo la pérdida mucho mayor para nosotros que para ellos. Perdí 1.700 hombres, sin contar a los 3.000 prisioneros que llevábamos. La batalla comenzó a principios del día 1 de agosto, hasta la madrugada del día 2 de agosto. Yo, me hallaba con mi padre y mis hermanos, Lander y Marlon, en la nave: Hercule. No recuerdo muy bien lo que sucedió, solo recuerdo el sonido de los cañones, los gritos de la gente que se encontraba sobre los barcos y el ruido del agua chocando contra el navío. Y sobre todo el fuego, el fuego era aquel que predominaba sobre aquel paisaje.
— ¿Y qué pasó luego? —pregunté con la boca seca, mirándolo a los ojos.
—Luego, la nave se hundió, ya que recivimos un  impacto demasiado fuerte de parte de Gan Bretaña, a lo que el barco se hundió. Y yo me sumergí en la inconciencia. Cuando desperté, no podía creer que me encontraba vivo, era un milagro; sin contar que no recordaba que había salido del agua en ningún momento.
 Separó su mano de sus piernas, y la acercó a mi rostro, acariciando este levemente.
—Me hallaba en Egipto, me di cuenta luego de un tiempo, cuando lo único que se encontraba a mi alrededor era arena. Estaba a las orillas de río Nilo, sin nadie cerca. Hasta que vi a una mujer, una mujer vestida completamente de blanco, ella se encontraba sumergida hasta la cintura en el río, y cuando me acerqué más, pude ver que estaba con un hombre: Lander. Estaba recostado sobre el agua hirviendo. La mujer elevó sobre su cabeza un cuchillo y antes de que yo pudiera decir algo, se lo clavó a mi hermano, y la sangre comenzó a derramarse sobre las aguas.
— ¿Pero... ? —me quedé callada. Lander estaba... vivo después de todo eso.
—Él está bien, tranquila.—me tranquilizó el muchacho, acariciando mi mejilla. —La mujer se dió vuelta, y vi a mi madre, que arrastraba a mi hermano muerto hasta la orilla. Ella me vio, pero no me tomó ningún tipo de importancia, siguió con lo que estaba haciendo.
>>Ella tomó al muchacho, y con su mano, apretaba su estómago, de donde salía una cantidad de sangre impresioanante, y con su mano, bañaba del líquido rojo y comenzó a pintar un círculo alrededor de Lander.
>>Yo no entendía que estaba haciendo, el miedo que tenía en ese momento, fue peor que cuando estuve en la batalla.  Cuando terminó de hacer el círculo, dejaba, sin ningún tipo de orden, pétalos negros sobre el cuerpo del difunto. Y cuando terminó aquello, tomó el mismo cuchillo con que lo había matado e hizo un corte en su brazo derecho, de donde salía sangre. Ella, colocó su boca sobre la herida y comenzó a beber el líquido rojo. Luego, con su boca, pasaba la sangre de su boca a un recipiente, que cuando estuvo un poco lleno, lo dejó en los pies del rubio.  Y Colette, comenzó a decir cosas sin sentido, la misma frase, una y otra vez.
Estaba horrorizada por todo lo que decía Harry, ¿cómo Colette, tan dulce como es, pudo hacerle algo tan horrorozo a su hijo?
—Luego de cinco minutos, de pensar más de mil veces en matar a mi madre por haber matado a mi hermano, Lander se levantó de sopetón del piso, y comenzó a respirar gitadamente, como si le hubiera faltado el aire. Mi madre, se arrodilló frente a él, y lo abrazó y le dijo: "eres el último, Lander, están todos bien y para siempre."
— ¿Tu padre y tus hermanos? —indagué sin comprender que parte de la historia me perdí.
—Te contaba, ella ayudó a levantarse del suelo a mi hermano y ambos se acercaron a mi, haciéndome una seña de que los siguiera. Con temor, así lo hice. Luego de caminar, por alrededor de una hora, llegamos a una casa. Era pequeña, pero se veía estable. Allí, cuando Colette abrió la puerta, se encontraba mi familia en un especie de living.
—¡Están todos bien!— gritó mi hermano, abrazando a Lander y luego a mi efucivamente.
—Así es, están perfectemente. —le contestó a su hijo.
—Ahora hay que repetir la historia una vez más... —anunció Louis, sentándose en el sofá del lugar.

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