El precio de la elegancia
Capítulo 29
El
clima era frío, algo usual en las noches neoyorkinas en pleno otoño.
Las hojas de los árboles se suicidban en el suelo, luego de que un
viento atroz las envistiera, para que terminaran en el pavimento del
camino del Central Park, el lugar, o uno de los lugares, que más le
gustaba visitar de la ciudad, además de claro, todos las calles de
butiques.
Elizabeth
caminaba con la cabeza gacha al piso, mirando como las tonalidades
naranjas, amarillas, rojas y marrones se entremezclaban en un enorme
collage de 4000 metros por 800 m, y su cabello se vuela con el viento
otoñal.
—No
deberías haberte ido sin mí. —dice esa voz cálida, que la pone
de buen humor, como de mal humor con tanta facilidad que le
sorprendía. —Me preocupé, Nueva York no es presisamente pequeña
para encontrar a una persona. —continúa, mientras coloca su saco
negro de vestir, en los hombros de ella.
—No
quiero volver a West Point.
—La
noche es joven, podemos quedarnos más tiempo aquí. —dice él, con
una sonrisa, la cuál, se percató ella de que no llegaba a sus
castaños ojos.
— ¿Sabías
de esto? —le pregunta ella, con voz cansada.
— ¿Crees
que te hubiera traído si hubiera sabido de esto? —pregunta con una
sonrisa socarrona. —Claro, como si quisiera tirarte de comer a los
lobos.
—En
tres días debo darle mi respuesta. —comenta ella, mientras apreta
la cajita negra en su mano izquierda.
— ¿Sabes
cuál va a ser? —indaga el chico, con miedo a la respuesta de ella.
—No
lo sé. —responde ella, por fin. — ¿Qué crees que debo
responder?
— ¿Qué
sientes que debes responder? Dices que te han obligado a buscar
prometido desde hace bastante. Debes saber lo que involucra el
casamiento. —le dice él, mirando la luna llena asomarse sobre sus
cabezas, brillando tan clara y tan natural, que no hace juicio a las
luces artificiales de la ciudad. — ¿Quieres pasar el resto de tu
vida con Sebastian?
—No.
Pero tampoco quiero pasar el resto de mi vida como la desheredada
Rockefeller. —dice ella, mientras las lágrimas se acumulan en sus
ojos verdosos como el follage, y caen por su piel blanca como la
luna, descendiendo a su vestido rojo como la sangre.
— ¿Es
lo único que te importa, Elizabeth? ¿Ser rica y elegante? —inquiere
él, con tristeza.
—No
tengo nada más. —contesta ella, mientras se seca las lágrimas con
el dorso de su mano derecha.—Nada más.
—Eso
no es cierto.
—No
entiendo.
— ¿Qué?
—pregunta Jason, deteniendo el caminar de la pelinegra.
—Mi
padre te había dado el permiso a ti, para casarme. ¿Por qué ahora
se lo da a Sebastian? —inquiere Beth, mirándolo fijamente a los
ojos al castaño.
—Cree
que fallé, y que tu me rechazaste. Así que fue, al segundo heredero
de la empresa Pinault. —dice él, con una sonrisa triste en los
labios. — ¿Fallé, verdad? —indaga ahora, mirándola fijamente.
Ella, sin contestar, mira el piso, donde las hojas del otoño siguen
meciéndo sus cadáveres, luego enfoca su mirada a la mano izquierda
que tiene la cajita, y a la derecha, que tiene su cartera. Está
acorralada, no sabe que decir.
Si
se queda callada, el silencio sentencia su última oportunidad de
todo, y queda la situación exactamente está ahora, y si habla, lo
que tiene por perder tal véz es mayor de lo que tiene por ganar.
Entonces, sin hablar, coloca sus brazos alrededor del cuello de
Jason, sollozando quedamente en el hueco del cuello de él, mientras
que el castaño, segundos después, la rodea con sus brazos,
apretándola más a él.
La
ciudad que nunca duerme, bulliciosa y rebelde, se encuentra en
silencio para ellos dos, los cuales son solamente capaces de escuchar
el sonido de sus latidos estrepitosos, de sus respiraciones
irregulares, la de Beth por su llanto histérico y asustado, y la de
Jason, por la adrenalina y la emoción de los brazos de la pelinegra
envolviéndolo con dulzura, y tristeza.
Viéndola
quebrada por primera vez ante él, o tal vez por primera vez ante
nadie, trata de confortarla acariciándola con suavidad y
tranquilidad, como su madre hacía cuando él era un niño. Viendo a
Beth de esa manera, tan diferente a la altiva y egocéntrica
Elizabeth que el tanto ama y admira, ahora comprende, y hasta le
agrada, este lado débil y frágil como el cristal, este lado que
ella se empeñó en ocultarlo de cualquier ojo mortal.
Ese
lado que ella optó por mostrarle a él.
Solo
a él.
Luego
de unos minutos más, talvez horas, no lo saben. Ninguno de los dos
presiente el tiempo que se quedaron allí, bajo el cielo oscuro de la
noche, iluminado con la luna fría, el único testigo además de los
rumiantes árboles que se mecen con el viento, y las marquecinas de
la ciudad, alumbrando del lado derecho de ellos.
Jason
se separa un poco de Beth, para que, tomando un pañuelo dentro del
saco que la chica tenía colocado, le limpia las lágrimas con
parsinomia, con suavidad y tanto amor, que Elizabeth parece
derretirse entre la calidez de sus manos.
La
toma de la mano, acariciando su piel blanca y fría, para sentarla en
un banco cercano a ellos. Se agacha frente a la pelinegra, mientras
sigue limpiando su rostro, de los rastros de maquillaje que se
atreven a señalar que ella estuvo llorando.
—No.
—susurra ella, mientras él la mira sin entender. —No quiero
pasar el resto de mi vida con Sebastian. —continúa, respondiendo a
una pregunta que él le hizo con anterioridad, y mientras sonríe, se
sienta a su lado, abrazándola por los hombros. —Pero mi padre...
—Yo
voy a hablar con él nuevamente, y si tengo tu ayuda...
— ¿Mi
ayuda? —pregunta ella, separándose un poco de su agarre para ver
su rostro.
—No
tengo ninguna joya despampanante como mi primo, pero... —dice él,
levantándose del banco, mientras comienza a caminar alrededor de
ella, y se agacha en el suelo, y luego de uno o dos minutos en
silencio, se acerca a Beth, mientras se coloca frente a ella,
encuclillado, para luego, colocar la pierna izquierda en el suelo, y
la otra como soporte. — ¿Quieres casarte conmigo Beth? —indaga
él, mientras muestra un pequeño anillo hecho de el tallo de una
flor violeta con el centro amarillo, en el medio de la "joya".
Elizabeth
ríe ante el anillo improvisado de el muchacho, mientras unas cuantas
lágrimas más caen por su mejilla, y ella las borra tan rápidamente
que Jason se pregunta si lloró en ese momento o no. Entonces, ella
le dice: —Si, quiero. —y él sonrié de una manera tan
esperanzadora, tan llena de vida, que hace que por inercia la
heredera Rockefeller también sonría. —Pero, debes comprarme un
anillo, no puedo decir que estoy prometida sin un anillo. —comenta
ella, mientras Jason ríe ante el típico desplante de la Elizabeth
de siempre, y con delicadeza, para que no se rompa, le coloca el
anillo de flor violeta en su dedo anular.
—Gracias.
—susurra Elizabeth en su oído, cuando la abrazaba dulcemente por
la cintura, y ella por el cuello. —Gracias por soportar todo lo que
te he hecho. —dice con una sonrisa
—Te
amo, Elizabeth. Ese es el porqué soporté eso, y más. —le
responde, besando su oído, luego su mejilla y cuello, mientras se
queda allí, abrazados bajo la nevada de hojas.
Estoy derritiendome en la silla de mi escritorio!!!!!
ResponderEliminarDIOS! eso fue tan romanticoooo que ni me lo espere jaja no me espero que luego del caos del capitulo anterior viniera esto tan perfecto tan hermoso! diooos estoy demasiado in love con esta novelaaaaa me encanta y ni me creo lo que esta pasando, ya quiero saber maaaaaaas, necesito saber mas que subaas mas:( quiero seguir leyendo y me tienes en austeridad de tus novelas:( dios me encantaaaaaaaaan, espero subas pronto y quiero decirte que el detallito del anillo de flor quedo ideal! lo mejor jajaja me ha encantado danna, besos espero subas pronto:)
ljasdlasjdls muchisimas gracias!! me alegro mucho que te haya gustado valen, & mil perdones por los tantos retrasos! saludos, dann ♥
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