El precio de la elegancia - Capítulo 20

 

El precio de la elegancia

Capítulo 20

— Ahora, ¿a dónde vamos?

— ¿No tienes hambre?

—Un poco.

—Entonces... Lasserre. Es uno de mis restaurantes favoritos por aquí. —comenta él, subiendo al auto, primero Elizabeth y luego él, para dirigirse a dicho lugar. Allí, almorzaron, ella langostinos, mientras que él pidió pato a la naranja. El almuerzo pasó tranquilo, en dónde ninguno de los dos habló mucho, ya que el silencio que compartían no era incómodo ni nada por el estilo. Todo lo contrario, era pacífico y calmo, disfrutando de la bella vista por el gran ventanal y deleitándose con uno de los mejores restaurantes de la ciudad.

—Sé que una obsesiva como tú, no puede perderse una visita a la parte alta de la Avenida de los Campos Eliseos, ¿verdad?

— ¿Podemos ir?

—Sé que me voy a arrepentir de esto. —comenta, luego de pagar la cuenta en el restaurante, e ir hasta el auto.

—Oh vamos, tu empresa se dedica a artefactos de lujo, y tiene casi la mitad de las marcas de lalta costura más importantes del mundo. Es obvio que te gusta la moda, por eso para nuesro proyecto sabías tanto.

—No, claro que no. No es que me guste, es que tengo que saber a qué se dedica mi familia, y supongo, en un futuro yo mismo. Pero, creo que el materialismo es una forma de llenarse uno mismo, pero no la única forma.

— ¿Crees que soy materialista?

—Por supuesto que si. —contesta él, tomando su mano y caminando hacia una de las primeras tiendas que vieron. —Y como tal, empecemos en una de mis marcas.

—Gucci... Amo Gucci. —dice ella, entrando seguida de él, a la tienda departamental.

—Buenas tardes. —saluda Jason, dejando sorprendida a la gerente del negocio.

—Sr. Pinault, buenas tardes. —contesta ella, de forma educada, seguida de las otras dos empleadas.

— ¿Desea ver algo en particular, señorita?

—Detenme esto, esto y esto. —le dice ella a la muchacha, la cual, tenía en sus brazos tres vestidos, dos negros y uno celeste. —Sígueme. —ordena ella, dirigiéndose al provador. —Y tu, detenme esto. —le dice a Jason, al cual, le da su abrigo y su cartera, y este, riéndo, los toma, mientras ella entra al probador.

—Muy hermosa. —dice él, cuando Beth sale del probador con un vestido strapless ajustado.

—Gracias. Pero para ahora no sirve.

— ¿Para ahora? ¿Vas a cambiarte?

—Dijiste que te es raro cuando estoy con la misma ropa por un día. Así que, voy a cambiarme. —dice ella, haciendo que el suelte una sonrisa.

—Hermosa. —comenta, cuando ella sale con un vestido celeste con volados en la terminación del mismo, sin mangas y con cuello redondo.

—Si, me gusta más. —dice ella, mirándose en los espejos de la tienda. —Necesito zapatos, un sobretodo y una cartera. —comenta esta, haciendo que las empleadas, corran en su búsqueda.

—Me gustan estos. —comenta él, señalando un par.

—Son lindos. —responde, mirando los zapatos de taco alto, semejantes al calzado masculino. —Y esto me gusta. —dice ella, tomando un sobretodo turquesa oscuro de el colgador. { http://www.polyvore.com/part/set?id=58770469 }

—Ya basta, llevamos más de tres horas comprando.

—Por favor, Hermes está por acá.

—Dior, Chanel, Gucci, Alexander McQueen, Stella McCartney... Recorrimos todas esas tiendas, y en todas, compraste más de una cosa. —comenta él, con todas las bolsas en sus manos.

—Está bien, está bien... ¿Qué quieres hacer tu ahora?

—Vamos al teatro.

— ¿Al teatro?

—Así es, asi que camina. —le dice él, subiando al auto, dejando todas las bolsas en el asiento trasero. —El Teatro de la Porte Saint Martin es un salón de representaciones teatrales localizado en el distrito X, en el número 16 del boulevard Saint-Martin. Sus orígenes se remontan al año 1781 a instancias de la Reina María Antonieta quien encargó la obra al arquitecto Lenoir, inaugurándose L’Opera de la Porte Saint-Martin el día 26 de octubre del mismo año, con la presentación de Auguste Vestris.

—Yo sé que estudiaste antes de sacarme a pasear.

—No voy a decírtelo. —le dice él, con una sonrisa.

—Aunque no me lo digas, me sorprendes. —comenta esta, mirando por la ventana. —Que estés tan bien preparado.

—Tenía que tratar de estar a la altura del príncipe de Luxemburgo.

—Que gracioso. —suelta esta, con una sonrisa socarrona. —Dime, ¿por qué finges que eres un plebeyo?

—Yo no finjo, tu me has dicho plebeyo desde que me conoces.

—Pero nadie sabe que eres el primer hijo varón del conglomerado PPR.

—A diferencia de ti, a mi no me gusta que la gente sepa lo que tengo o no tengo. Me molesta que sean amables conmigo solamente por la familia a la que pertenezco.

—Eres extraño, Jason. Todo el mundo quiere ser respetado y admirado.

—Claro. Y yo también lo quiero, por supuesto. Pero, en la escuela, puedo ser yo, sin que nadie me moleste. Mientras que acá en París soy el señor Pinault. Hasta tu me tratas mejor desde que sabes que no soy un plebeyo.

—Te trato un poco mejor solo porque hicimos un trato, y porque, a pesar de que no eres un plebeyo, eres un plebeyo de alma, la estoy pasando bien contigo.

—Me alegro mucho. Pero... ¿Plebeyo de alma?

—Si, sabes... Me haces recordar a Holly.

— ¿Tu amiga?

—Así es. Ella es la nieta menor de uno de los accionistas más grandes de Estados Unidos, pero ella es amable, dulce y buena con todo el mundo. Nunca trata a nadie mal y siempre es súper humilde. Claro, que no se trate de ropa, porque es una desquiciada como yo. —comenta Beth, riéndo.

—Veo que a ella es a la única que tratas bien.

—Es a la única persona que quiero. —le responde ella, mirando por la ventana. —Y aunque a veces me pone de los nervios y la trato mal, luego me arrepiento y trato de enmendarlo. Pero claro, Holly se da cuenta y me perdona al instante.

—Te pregunté si había alguien en tu familia que sea amable y que te brinde seguridad, y me has dicho que no. Pero Holly, que no es de tu familia, ¿es así?

—Si. Holly es la que me brinda paz y seguridad, aunque sea demasiado tierna y blandita para este mundo, y la que cuida de ella soy yo, ella, de alguna manera, me cuida.

— ¿Desde hace cuanto se conocen?

—Desde el jardín de niños. Y tu, eres amigo del hermano de la salvaje.

—Martin. Si, nos conocimos en West Point, y es un chico increíble.

—Lástima que su hermana es eso que es. —comenta Beth, con su típica mueca de desagrado. —Y además de él, ¿que otros amigos tienes?

—No tengo muchos amigos, fui viviendo en distintos estados de Estados Unidos, mudándome cada cuatro o seis meses, y jamás llegué a crear una relación de amistad. Tal vez, con mi primo, pero él, vive aquí en París. —comenta, mientras detiene el auto frente al teatro.

— ¿Qué vamos a ir a ver?

—Los Miserables. —contesta el muchacho, dándole la mano para que se para del auto. Este cierra el techo del mismo, para que nadie se atreva a tomar las bolsas del interior del vehículo, y caminan hacia la entrada.